Rubén Darío Buitrón: Más periodismo
Rubén Darío Buitrón: PRENSA Y POLÍTICA
La prensa y la política se parecen, caminan de la mano, se alimentan mutuamente, se atraen y repelen, se necesitan y repudian.
En la América Latina de hoy, prensa y política son poderes en distinta perspectiva o, a veces, en la misma. Las dos se perpetúan retroalimentándose y produciendo más poder.
La prensa y la política se parecen en sus objetivos , estructuras e intencionalidades: en su ejercicio estratégico se vuelven autoridad, fuerza, liderazgo, visión de la vida, servicio público, acción discrecional en función del bien común, capacidad de producir cambios significativos o consolidar lo establecido…
La prensa y la política tienen influencia sobre las vidas, opciones y actos de los ciudadanos.
De cómo cada una asume su poder en la sociedad dependen la toma de decisiones individuales y colectivas, la convocatoria a la reflexión o el silenciamiento a la objeción, la construcción de escenarios para grandes deliberaciones democráticas o la materialización de un gigantesco aparato de uniformización ideológica.
El filósofo Max Weber decía que la modernidad “está amenazada por el creciente fenómeno de la concentración del poder”, y esa es la tendencia visible de ciertas formas de hacer prensa y de hacer política en la región.
Ambas están en manos de élites que nacen y se desarrollan en procedimientos legítimos que les dan fuerza e institucionalidad pero, como sostenía Paulo Freire, deben evitar, desde su propia ética, la capacidad de alojarse en la cabeza del individuo y hacerle creer que es natural lo que se le impone.
¿Hay diferencias específicas entre el ejercicio del periodismo y de la política? Lo relevante no es que existan esas diferencias, sino la manera en que se practican una y otra.
Como instancias de poder, periodismo y política tienen en sus manos destinos colectivos, pero su rol clave se mide por los fines que persiguen, los grupos a los que representan, los objetivos explícitos o implícitos sobre los cuales diseñan sus estrategias, la manera en que benefician o afectan a la gente.
¿Qué sentido tienen la obsesiva satanización de la prensa desde la política o la persistente demonización de la política desde la prensa? Ninguno que no sean la mezquindad, las intenciones ocultas, la lucha soterrada por mostrar quién manda.
Prensa y política tienen la obligación de servir a la sociedad y no a sí mismas. Ambas deben rendir cuentas y ser transparentes en el cumplimiento de sus roles.
Ambas tienen, en un ambiente de deliberación democrática, el poder de contribuir al desarrollo de la sociedad.
Ambas tienen, en un ambiente agresivo, fanatizado e intolerante, el poder de contribuir a la disolución de la sociedad.
Rubén Darío Buitrón: La prensa incómoda
¿Por qué al poder le incomoda el periodismo de investigación? ¿Por qué los seguidores de ese poder descalifican los resultados del periodismo de investigación? ¿Qué pretenden los voceros de aquel poder cuando demonizan el producto de un trabajo que ellos mismos exigen al criticar a la prensa por “frívola, superficial, subjetiva y apocalíptica”?
Más que cualquier otro tipo de periodismo, el de investigación tiene directa relación con el ejercicio de la democracia: “Su función –dice el argentino Silvio Waisbord- es hacer que los gobiernos, las organizaciones y las entidades privadas y estatales sean transparentes y rindas cuentas sobre el manejo de los asuntos de interés público, en especial cuando dicha información revela abusos o presuntos delitos perpetrados por autoridades o ex funcionarios”.
No cabría, por tanto, que el poder reaccione con amenazas, agresiones verbales, satanizaciones, amedrentamientos o ataques.
Un poder responsable y autocrítico entiende la dimensión de sus deberes morales y cívicos. Entiende la profunda significación de lo que implica cumplir un mandato ciudadano y ser consecuente con él.
Un poder responsable y autocrítico asume el trabajo de la prensa –cuando esta es responsable y autocrítica- como un contrapeso, un factor de balance, una herramienta para que el ejercicio de ese poder no sea arbitrario, oscuro, unilateral, antiético.
Waisbord precisa que “el ejercicio del periodismo de investigación está vinculado a una lógica de limitación y equilibrio en los sistemas democráticos y ofrece un mecanismo ideal para vigilar el desempeño de las instituciones democráticas, no solamente gubernamentales sino todo tipo de organizaciones”.
Si el periodismo de investigación puede abordar cualquier asunto de índole pública, aún a pesar de la conmoción social que su resultado pudiera producir, la sociedad en su conjunto debería incentivar y participar de manera proactiva en los procesos mediáticos porque, al hacerlo, está defendiendo sus recursos y está exigiendo estructuras representativas limpias, claras e intachables.
Resulta, por tanto, apresurado, ligero y obnubilado el criterio de que el periodismo de investigación está cargado de supuestas intencionalidades perversas o visiones negativistas.
Resulta antiético, además, juzgar con generalizaciones. ¿Es posible que existan ciertos espacios mediáticos que respondan a intereses particulares? Sí, pueden existir. Pero eso es partidismo, no periodismo.
En momentos históricos cruciales como el que vivimos es imprescindible leer a los medios desde la crítica, pero no desde la revancha.
Waisbord dice que el periodismo de investigación contribuye, en lo profundo, a desarrollar el sentido de ciudadanía y vigilancia social. Si es así, ¿por qué al “poder ciudadano” le incomoda tanto la búsqueda de la verdad?
Rubén Darío Buitrón: Asesinato de imagen
¿Asesinato de imagen? El ex Ministro, antes de abandonar su cargo, se declaró víctima en un proceso que, según él, “se llama asesinato de imagen y es parte de la comunicación moderna”.
Se nota que el ex Ministro conoce de filología y lingüística. Y que, también, conoce cómo se ejecutan en el terreno ese tipo de categorías semánticas. Y que, además, en el despacho desde donde ejercía sus funciones seguramente manejaba con soltura ese tipo de mecanismos.
Asesinar una imagen es una herramienta que se basa en estrategias diseñadas para golpear la reputación de una institución, un funcionario o un ciudadano.
En las campañas electorales, donde los valores morales solo sirven para la demagogia, aquella estrategia suele funcionar muy bien: en tanto se desprestigia al adversario suben los bonos de quien, desde la sombra, auspicia el descrédito y la descalificación.
¿Es posible asesinar una imagen desde los medios de comunicación? Sí, lo es. Si los periodistas no trabajamos bajo el rigor de la ética, el respeto y el apego a los principios filosóficos y democráticos, una imagen puede quedar enterrada para siempre.
Pero esa ofensiva comunicacional no solamente se puede ejecutar desde la prensa. Un líder también puede hacerlo, y con mayor eficacia si se trata de un político o un régimen con altos niveles de credibilidad.
El Gobierno del presidente Rafael Correa ha intentado ser contundente en sus asesinatos de imagen. Con el apoyo de una millonaria y sistemática campaña que incluye una omnipresencia múltiple y permanente en todos los espacios mediáticos, ha venido liquidando uno por uno a quienes, según esa estrategia, obstaculizaban o bloqueaban su proyecto de posicionamiento.
Aquellas tácticas -es fácil descifrarlas- se basan en dos etapas: la primera, golpear intensamente la reputación y la credibilidad del adversario; la segunda, posicionarse en el imaginario social como la única alternativa para cambiar una realidad oprobiosa e injusta de la cual, presuntamente, son cómplices todos aquellos a los que se fustiga, ataca y, finalmente, liquida. No hay matices: la clave es generalizar.
Las técnicas más sofisticadas para asesinar imágenes suelen tener objetivos que desbordan la coyuntura. Por eso, el resultado más rotundo se obtiene cuando se borra de la escena pública a todas aquellas personas, funcionarios o instituciones que impidan consolidar un proyecto específico donde otras personas, funcionarios o instituciones pretenden sacar ventaja de la ausencia de la imagen asesinada.
“Con la vara que mides serás medido”, solían repetir los abuelos para guiar nuestra conducta y nuestros principios. Y esa forma de medir se aplica tanto en la vida como en la política.
Rubén Darío Buitrón: Los absolutos
"Todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros”. La irónica frase de la novela ‘Rebelión en la granja’ parece encajar, perfecta, en ciertos espacios de la política nacional.
La escribió el inglés Eric Arthur Blair, quien, bajo el seudónimo de George Orwell, dejó obras literarias fundamentales para reflexionar sobre el poder.
Publicó poco y murió joven, pero con ‘Rebelión en la granja’ y su libro más famoso, ‘1984’, denunció el absolutismo, la estigmatización a los críticos y la incapacidad del poderoso para escuchar lo que no quiere oír.
Como dice Rosa González en el ensayo introductorio de ‘Rebelión...’ (Ediciones Destino, 2004), hablar de las épocas orwellianas es “evocar los temas más nocivos y siniestros de cualquier régimen absolutista”.
Orwell, abiertamente ligado a las ideas de izquierda y comprometido en su trabajo con los más pobres, soñaba con la construcción de una sociedad profundamente equitativa. Soñaba con que ningún ciudadano fuese inferior a otro. Idealista y utópico, creía que es posible armar un proyecto político desde el debate plural, desde el respeto al que piensa diferente, desde la capacidad de entender al otro, desde el no tener vergüenza de rectificar.
Por eso se fue a España a luchar junto a los militantes antifascistas en la guerra civil, pero pronto descubrió otras realidades: “La historia se escribía no en función de lo que ocurría sino lo que debía haber ocurrido, según la línea del partido”.
Preocupado por el creciente desprecio a la verdad, Orwell configuró un mundo de pesadilla: “El Dirigente controla no solo el futuro sino el pasado. Si el Dirigente dice que aquello no ocurrió, pues no ocurrió. Y si dice que dos más dos son cinco, pues, bueno, serán cinco”.
Golpeado por la fuerza de los hechos -cuenta González-, “a partir de aquella experiencia el objetivo de Orwell será denunciar los absolutismos como sistemas político-sociales repudiables, indistintamente que sean de derecha o de izquierda”.
George Orwell sostenía que los intelectuales “solo permanecen íntegros si se mantienen al margen de los grupos políticos”. Desconfiaba de la tesis del partido único y detestaba a ciertos ideólogos, a quienes llamaba “bolcheviques de salón”.
Llegó a aborrecer las estructuras caudillistas, dogmáticas, inflexibles. Advertía que el poder tuerce la verdad histórica para imponer conductas y denunciaba que las formas de control social más nefastas son la persuasión psicológica y la manipulación de mensajes para sembrar miedo.
Contra el absolutismo y la censura, ‘Rebelión en la granja’ reafirma un valor irrenunciable: “Libertad es el derecho de decirle a la gente lo que no quiere oír”.
Rubén Darío Buitrón: Tan transparentes...

Tan eficientes que no fueron capaces de diseñar un cuestionario apropiado para calificar los conocimientos de los aspirantes y optaron por un paquete de preguntas “ridículo y ofensivo”, como aseguró Juan Cueva Jaramillo, quien quedó fuera del concurso.
Tan austeros que eligieron el largo feriado de diciembre para que los postulantes presentasen sus documentos, quizás con la esperanza de que solo acudieran los militantes, los obedientes, los que no cuestionan.
Tan transparentes que “el proceso para la selección de vocales del Consejo de Participación Ciudadana es ilegítimo, ilegal e inconstitucional”, como denunciaron dos de los 24 mejor puntuados, Pablo Sarzosa y Catalina Carpio, quienes renunciaron a sus candidaturas para no avalar el oscuro proceso.
Tan eficientes que no tuvieron la sensibilidad y la ética para impedir “la cadena sistemática de ilegalidades, vicios y omisiones” del método poco democrático.
Tan austeros que para no perder su tiempo decidieron ignorar las quejas de quienes advirtieron inconsistencias y violaciones al principio de seguridad jurídica y al derecho a la igualdad.
Tan transparentes que con arrogancia y prepotencia despreciaron los reclamos de los perjudicados y usaron aritmética básica para decir que “24 menos 2 son 22 y como tenemos que presentar 14 nombres, no hay ningún problema y no pasa absolutamente nada”.
Tan eficientes que un mes después de vencido el plazo establecido en el Régimen de Transición, aún no lograban conformar el organismo cuya creación no fue resultado de un debate profundo sino del apuro por aprobar la nueva constitución.
Tan austeros que aún no han podido dejar claro cómo se contrató a la empresa encargada del procesamiento de datos de los aspirantes.
Tan transparentes que a ciertos veedores y ciudadanos no les permitieron el acceso a las audiencias donde se desarrollaron las impugnaciones.
Tan eficientes que el propio vicepresidente de la comisión, Carlos Pilamunga (Pachakutik), se negó a firmar la aprobación del proceso porque, según él, no quiso “cargar ese muerto”.
Tan austeros que negaron toda posibilidad de armar una nueva convocatoria que hubiera permitido corregir errores.
Tan transparentes que despreciaron las denuncias ciudadanas bajo el argumento de que “cualquier crítica al proceso es una crítica a la revolución”, porque en tiempos de intolerancias está vigente la muletilla de moda: no hacerle el juego a la derecha.
Rubén Darío Buitrón: Luz de enero
Amaneció en el Quito colonial. Bajo un clima de temor y silenciamiento, los madrugadores fueron testigos de uno de los actos rebeldes más significativos de la época: sobre las cruces de piedra de la ciudad aparecieron banderolas escarlatas con un lema escrito en latín: “Al amparo de la cruz, sed libres. Conseguid la gloria y la felicidad”.
Era enero de 1795. El autor, el periodista Eugenio Espejo, fue detenido e incomunicado. Meses después, murió en una mazmorra del gobierno opresor.
Dos siglos después, en el Antiguo Hospital Militar, construido en 1913 en la loma de San Juan, una maravillosa exposición histórica hace que se respire, multiplique, mantengan viva aquella alma libertaria del precursor.
Convertido en Museo gracias a la tenacidad de los habitantes del barrio América y a la intervención del municipio, el viejo sanatorio ideado por el general Eloy Alfaro exhibe ahora una muestra de la fuerza, energía y permanencia de una fecha nacional clave: el 10 de agosto de 1809.
Son 200 años del levantamiento de los patriotas que siguieron la luz de Espejo, el hombre que treinta años antes sembró las semillas de una lucha por la dignidad, de una lucha que, de a poco, fue sumando valentías, talentos y sacrificios hasta convertirse en victoria decisiva el 24 de mayo de 1822.
Allí, en ese museo, golpean como un eco su palabra y sus ideas. Y en ellas se proyectan, brillantes, los caminos de libertad y civismo que él fue capaz de trazar antes de que muchos imaginaran siquiera que aquello sería posible conquistar.
Periodista, escritor, médico, filósofo y agitador. La historia recuerda así al hombre que fue la conciencia crítica de su tiempo.
Sagaz y temerario, quiteño nacido de la entraña del mestizaje el 21 de febrero de 1747, nunca desmayó en sus afanes de promover la necesidad de pelear por una sociedad deliberante, democrática y equitativa.
Peligroso para quienes ejercían el poder, fue perseguido, encarcelado y desterrado, pero ninguna fuerza pudo detener su empeño por construir un pensamiento libre.
En noviembre de 1791 formó la Sociedad Patriótica de Amigos del País, compuesta por 25 personas que se reunían cada semana para debatir e intercambiar conocimientos sobre los temas de mayor trascendencia en aquella coyuntura histórica.
El jueves 5 de enero de 1792, marcó otro hito: puso a circular el semanario Primicias de la Cultura de Quito.
Como periodista y como ser humano, Espejo fue esencia y expresión de lecturas profundas e inteligentes de los hechos, de acercamiento a la verdad, de valor y coraje para sostener convicciones y certezas.
Por eso, enero y 2009 serán dos momentos trascendentes para rendir culto al espíritu altivo de los ciudadanos no sometidos ni sumisos.
Ser y actuar. Es el mejor homenaje que podemos rendir al precursor del periodismo libertario.
Rubén Darío Buitrón: Mirándonos en el espejo
Mirándonos en el espejo
¿Qué actitud adoptar ante el otro, ante el que no es como nosotros? ¿Cómo tratarlo? ¿Hay que intentar conocerlo? ¿Es ético buscar la manera de acercarnos y entenderlo?
Esas preguntas debieran asaltarnos con frecuencia. Asecharnos y obligarnos a salir de la casa de espejos donde estamos atrapados.
Atrapados en la casa de espejos donde hablamos para nosotros. Donde no nos importa lo que piensen los otros. Donde escribimos contra los otros. Donde subestimamos a los otros. Donde repudiamos la opinión de los otros. Donde no escuchamos la voz de los otros. Donde quisiéramos callar, para siempre, las ideas de los otros.
Atrapados en la casa de espejos que nos impide mirar, entender, admitir que por fuera de estos enormes espejos habita una sociedad vital y compleja que no la vemos, que no la escuchamos, que no la sentimos, que no somos capaces de percibir.
Atrapados en la casa de espejos donde no son posibles la deliberación ni el disenso. Donde quienes tienen el poder solo reconocen su propia imagen y al mirarse en ella arrasan con todo lo que no encaje en sus proyectos, visiones, maneras de entender la vida, la realidad, el futuro.
En la casa de los espejos no es posible la tolerancia, el respeto, el espacio para el otro. Ni siquiera es posible la coexistencia con el otro: si nosotros tenemos la razón, si nosotros representamos la sensatez, si nosotros somos los heraldos de la ética, si nosotros tenemos las herramientas para difundir y multiplicar y expandir nuestra hegemonía ideológica, política, económica y social, ¿para qué escuchar la palabra del otro, del diferente, del distinto? ¿Para qué tomar en cuenta a los agoreros que pretenden alarmar advirtiéndonos que la intolerancia, la arrogancia y el desprecio a los otros podría conducirnos a la derrota colectiva, al funeral de los procesos reflexivos y a la demolición de escenarios para el debate y la búsqueda de consensos?
Muchas veces los periodistas también nos dejamos cegar por el resplandor de los espejos. Sin visión precisa, olvidamos que nuestro oficio solo tiene sentido en función de los demás y que el destino moral del periodismo son los otros conectados a nosotros.
El sabio griego Heródoto solía decir que cuando unos individuos cierran la puerta a otros individuos, por las razones que fueran, en el fondo son sujetos miedosos que adolecen de un complejo de inferioridad y tiemblan ante la perspectiva de verse reflejados en los sentimientos y las demandas y las necesidades y los pensamientos ajenos.
Cercados por las murallas que nos impiden ver más allá de nosotros mismos, no alcanzamos a entender que será imposible construir una sociedad más humana si seguimos mirándonos en nuestros espejos.
Rubén Darío Buitrón: [Alberto Acosta,] Noblemente ingenuo
Kintto Lucas: Constitución 2008: Entre el Quiebre y la realidad
Ya está en librerías CONSTITUCIÓN 2008: Entre el quiebre y la realidad, un libro editado por Editorial Abya Yala, que integra crónicas de la Asamblea Constituyente , devela las contradicciones en su interior, reflexiona temas importantes de la nueva Carta Magna, interpreta qué estaba en juego con el referéndum, revela el papel de la Iglesia y analiza la coyuntura política del país entre otros temas.
Los textos de este libro, son un aporte al debate sobre la Constitución del 2008 redactada en Montecristi, la realidad ecuatoriana y las perspectivas de futuro.
Compilados por Kintto Lucas, este libro tiene textos de Alberto Acosta, Alejandro Moreano, Ana María Larrea, Eduardo Galeano, Eduardo Gudynas, Erika Sylva, Francisco Hidalgo, Gabriela Quezada, Guillermo Navarro, Juan Paz y Miño, Mario Unda, Pablo Ospina, Patricio Benalcazar, Patricio del Salto, Rubén Darío Buitrón y el compilador
El buen vivir, la plurinacionalidad, la interculturalidad, los derechos colectivos y de la naturaleza, el rescate de la soberanía, la soberanía alimentaria, la integración latinoamericana, el agua como derecho humano, los derechos de los migrantes, la economía solidaria, la comunicación, la renovación de la justicia y el derecho del pueblo a la resistencia son algunos de los temas tratados en este libro.