30
Ene

Jorge Majfud: Notas al margen del camino (II)

majfudDebo reconocer que no sé qué es la muerte; apenas se me ha permitido descubrir su máscara y no sin las emociones que perjudican el entendimiento. Pero si fuese inmortal no tendría ninguna autoridad para hablar de ella; y si bien no tengo ninguna experiencia en morirme, sí la tengo en convivir con la conciencia de ese futuro inexorable.

Uno vive rodeado de personas y animales y en ellos va depositando sentimientos; se asocia emocionalmente con ellos para espantar la irremediable soledad cósmica a la que fuimos condenados. Pero luego esos seres van desapareciendo, uno a uno. Porque los que se mueren son siempre los otros. Entonces la sociedad se disuelve, los antiguos pilares que sostenían al mundo se derrumban y caemos al vacío donde los recuerdos son inútiles espejismos de agua para el que agoniza en el desierto. Luego traemos hijos al mundo con la esperanza de que los nuevos pilares nos sobrevivan. Porque el destino de la creatura metafísica no es del todo terrible.

* * *

Es en la infancia el único momento en que la creatura es capaz de vivir plenamente el presente. Más tarde, en la madurez, ya no podrá hacerlo, porque el futuro irrumpirá siempre sin una forma definida. Hasta que sea hecho y, entonces, en la vejez, será el pasado el que reclame su derecho: completar la obra del tiempo; que la creatura nunca muera satisfecha. —Se podría decir que muchas creaturas sólo se preocuparon por el presente, como Omar Khayyam. Pero no fueron esta clase de creaturas las responsables de casi toda nuestra historia metafísica y material. Para bien o para mal, toda la acción de la creatura tiene su motivación en el futuro. En ese tiempo está depositado todo “porque”, todo sentido, material o metafísico. La muerte no solamente significa, en principio, la negación de todo futuro; también es la negación de todo pasado, porque con ella todo logro anterior se opaca y se derrumba. Un poema del siglo XII lo expresa así:
Dónde está tu gloria, Babilonia? dónde el terrible
Nabucodonosor, y el poderoso Darío, y el famoso Ciro?
Dónde está Régulo, dónde Rómulo, dónde Remo?
La antigua rosa es sólo un nombre, solo nombres nos quedan.

¿Cómo no entender, entonces, la respuesta religiosa? La exploración metafísica puede levantar a la creatura vencida por su propia conciencia, por el poderoso poder interrogativo de su memoria. Pero ¿todo eso significa que la creatura inventó a Dios para llenar sus carencias o que, simplemente, lo descubrió al transitar por la experiencia de su destino metafísico? De igual forma, ¿inventó las matemáticas para comprender el mundo o las descubrió después de una experiencia milenaria?

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Supongo que ente la muerte ni Demócrito ni Lucreciano debieron experimentar angustia alguna. Por lógica, cerebros como los suyos (casi digo “espíritus”) deberían registrar este suceso como uno más: con la muerte de un hermano un nuevo orden molecular se ha establecido en el Cosmos, semejante a una piedra que se parte o un árbol que se incendia. Y sin embargo…

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La muerte de una persona célebre o simplemente famosa, conocida como un familiar pero sin serlo, replantea en la creatura el misterio de la desaparición, de la partida, del abandono. Pero sin el dolor irreflexivo que acompaña la muerte de un amigo o de un familiar. Por ello es vivida por el pueblo como una tragedia griega.

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Pero, ¿acaso hay respuestas para la incomprensible muerte? Es decir, ¿acaso hay respuestas para el misterio de la vida? Bien, si alguna respuesta hay, demos por seguro de que las creaturas ya las han explorado después de enfrentarse durante milenios a la misma experiencia. Porque, vaya casualidad, estos seres se vienen muriendo desde hace mucho tiempo, y desde hace casi tanto que se angustian por ello. Esas instituciones contestatarias son, sin duda, las religiones. Respuestas imprecisas, instituciones para la liberación y para la opresión, para el altruismo y para la explotación y el martirio del prójimo, es cierto. Pero qué más se puede esperar de unos seres precarios e imperfectos que son deglutidos cada día por el insondable abismo? El cuerpo nunca puede negar la muerte; el espíritu, en cambio, aunque equivocado, es el único capaz de semejante osadía. Y es allí donde radica su grandeza. La creatura, ante la vida y la muerte, es un ser dubitativo. Por lo menos en comparación a un tigre o a un rinoceronte. Qué hacer, qué sentir? Cuando uno de esos pobres seres deciden ser guiados por un determinado credo religioso, delega la responsabilidad de equivocarse a un líder; o, mejor aún, a todo un pueblo y a toda una tradición milenaria. Aún advirtiendo que otros millones de creaturas se guían por credos diferentes y hasta opuestos, al individuo ya no le angustia la idea de equivocarse en soledad. Si Buda, Cristo o Mahoma lo dijeron, qué Juez los condenaría?

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Todas las religiones significan un rechazo a la muerte. Todas suponen el dualismo cuerpo-alma. El primero está destinado a la vejez y a la corrupción; eso lo sabemos. Por lo tanto, nada bueno puede esperarse de él a largo plazo. El alma, siempre perfeccionable, puede llegar a ser virtuosa, tanto en el cuerpo de un enano como en el cuerpo de un gigante. Desde los tiempos en que los hombres escrutaban el silencio y la oscuridad de las cavernas, el alma ha sido eso que está presente en un cuerpo vivo pero que no modifica su peso cuando lo abandona. Por lo tanto, es una cualidad sin peso; o pesaba lo que el aire, según el griego. Y como el aire o como todo lo que no tiene peso, su destino es el alto cielo. Pero claro, había algo que no estaba bien: el hecho de que las creaturas continuaran naciendo significaba que, por algún motivo, las almas volvían a caer. Porque esa es su naturaleza, según los indianos, o porque ese es su castigo divino, según los otros. De cualquier forma, el alma es “un extraño en la Tierra”, y solo puede liberarse o regresar a su estado original a través del conocimiento de su condición actual, no por la simple muerte. Según casi todas las filosofías y casi todas las religiones.

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¿Acaso es necesario ser ateo o blasfemo para reconocer el carácter neurótico de la renuncia religiosa, la eterna mentira política de sus sermones y sus inmaculadas prácticas apolíticas? ¿No será que al hacerlo estamos dando un paso hacia una espiritualidad más auténtica? ¿No es ese paso el paso más importante en la evolución humana? ¿No es la evolución espiritual la única con algún sentido? ¿No es ese, acaso, el mayor objetivo de un Dios que aún se preocupa por sus creaturas?

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Ya Darwin había observado que la lucha por la sobrevivencia es más intensa entre los individuos de una misma especie. La creatura humana no podía ser una excepción y vivió este problema como individuo, familia, clan, tribu, raza y, finalmente, como nación. En toda la historia civilizada, y desde mucho antes, la creatura se ha enfrentado, con obsesión, a una única amenaza exterior: las otras creaturas.

Tomado del libro Crítica de la pasión pura (Jorge Majfud, 1998 )

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30
Ene

Jorge Majfud: Notas al margen del camino (I)

majfud
Una vez alguien me dijo que yo no podía hablar de religión porque no era un hombre religioso. Me quedé pensando un instante, porque en algo tenía razón: yo soy un espíritu religioso, pero no soy un hombre religioso porque mi mente desconoce la seguridad. Obviamente, se equivocaba en lo demás. "Señor —quise contestar, no sin timidez—, si los sacerdotes católicos desde siempre han dado
consejos matrimoniales y ahora hasta dan clase de conducta sexual, ¿por qué no podría un ateo enseñar teología?"

Sófocles y Esquilo compitieron por el aplauso del pueblo griego. Shakespeare escribía para el teatro, no para la eternidad de la letra impresa. A diferencia de los grandes escritores del siglo XX, al inglés lo preocupaba, especialmente, el juicio y la aceptación del público de esa noche. Como cualquier libretista de Hollywood o de televisión. Porque hubo tiempos en que la profundidad y la inteligencia tuvieron rating.

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Los libros de autoayuda son los amuletos de nuestro tiempo. En ellos descansa toda la superstición de las creaturas temerosas. Sin la ayuda del miedo y la superstición moderna, estos libros no serían best-sellers y mucho menos serían considerados profundos o necesarios. Podemos contar algunas muestras de esta profundidad: "Abrace a su mujer cuatro veces por día" (John Gray); "Elógiate tanto como puedas", "La crítica es un acto inútil", "Mírate con frecuencia al espejo y dí: te quiero", "Haz lo que te gusta hacer", "Tus pensamientos pueden ayudarte a conseguir el trabajo perfecto" (Louise L. Hay); "Control significa ser el amo de su propio destino", "Todos podemos hacer algo", "Haga reír a otra persona hoy y mañana, todos los días", "Nadie puede engañarle sin su consentimiento", "Recuerde que no puede fracasar en la tarea de ser usted mismo" (Wayne W. Dyer). —La creatura insegura busca en los libros de autoayuda que le digan lo que ya sabe; pero necesita que una autoridad (sacerdotes del éxito solitario) se lo repita, porque ya no se cree a sí misma. No puede creerse a sí misma porque está habituada a creer y aceptar la orden y el consejo de los medios de difusión. Su libertad es virtual o ilusoria, porque para ser libre es necesario, por lo menos, comenzar por creerse a sí mismo.

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No es por casualidad que la mayoría de los jugadores de básquetbol sean hombres altos, ni que la mayoría de los travestis sean homosexuales. Tampoco es casualidad de que la mayor parte de aquellos que ostentan el poder sea gente ambiciosa. Es decir, no es casualidad que el mundo esté gobernado por gente que no debería gobernarlo.

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La antigüedad de una cosa se puede medir por la presencia de Carbono-14; cuanto más cantidad de este elemento, más antiguo es el objeto en cuestión. La antigüedad de una determinada etapa de la Era Moderna se puede medir según la cantidad de ciencia y tecnología involucrada en la misma: cuanto más reciente es el año que consideramos, más fuerte es la presencia de la ciencia y la tecnología en la vida de las creaturas.
Así también el año de una ciudad se puede deducir según su violencia: cuanto más moderna y evolucionada es una ciudad, más cantidad de violencia sufre. Junto con el decrecimiento del Carbono-14 y el desarrollo de la inteligencia material, ha aumentado la inseguridad de cada creatura. Y si es cierto de que en un pequeño pueblo existe la misma proporción de criminales que en una gran ciudad, también es cierto que los habitantes de un pequeño pueblo no temen por su vida como temían los neandertales en el paleolítico y como ahora temen, en nuestro mundo civilizado, los evolucionados habitantes de las grandes ciudades, como San Pablo, Johannesburgo o Los Ángeles. —La soledad y el desconocimiento mutuo de las grandes ciudades lleva a la pérdida de la conciencia de grupo. Cualquiera puede ver que la violencia de las ciudades suele estar en directa proporción a su tamaño; pero el miedo y la inseguridad lo están en proporción cuadrática. Es decir, a medida que las creaturas se amontonan se vuelven seres aislados; a medida que aumenta el tamaño de la civilización aumenta el tamaño de la conducta salvaje.

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Desde hace doscientos años, donde más se ha lucido la inteligencia de la creatura ha sido en el ejercicio de las ciencias y la tecnología. Con ellas, multiplicó las posibilidades de dos antiguas potencias características de su naturaleza: la destrucción y la conservación. Para la destrucción inventó y organizó imponentes mecanismos de muerte; para la conservación de la vida perfeccionó la medicina y diversos sistemas de salud. Pero, lamentablemente, ésta no es una relación equilibrada en sus posibilidades. Lo que construya la medicina en diez años puede ser borrada con un solo golpe bélico. Se puede acabar con una peste después de un enorme esfuerzo mundial, pero ningún holocausto puede ser remediado con alguna ciencia o tecnología. Es decir que la inteligencia hace a la creatura cada siglo, cada día, más peligrosa para su propia existencia. Por ello, cada día es más urgente la afirmación de una conciencia ética, y una forma de medirla es a través de la renuncia del individuo o de un grupo en beneficio del resto de la humanidad. —Durante un millón de años las creaturas expresaron su violencia con palos y piedras. No podemos borrar de nuestro ánimo mileños de violencia; pero como nuestra inteligencia es cada vez más poderosa (y eso significa peligro), así nuestra cultura, nuestra historia exterior, debe estar a la misma altura. Sabemos que un dictador o un soldado que maneja un arma de destrucción masiva se asemeja a un dios paleolítico, y que por eso reclamar una mejor conciencia parece del todo utópico. Pero nunca podemos renunciar a un reclamo semejante.

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Todos los pueblos deberían, de vez en cuando, volver a escribir los diez mandamientos para observar mejor nuestros cambios. Como nuestro tiempo ya no es el de Moisés, no podemos esperar la dictadura un nuevo líder. Ahora solo hay una forma democrática o vulgar: una encuesta colectiva de las opiniones individuales. Vaya entonces de paso mi propia clasificación:

I

1— No matarás, bajo ninguna razón, porque siempre hay una razón para matar.

2— No codiciarás la pareja de tu prójimo. Esa es una buena razón para obviar el primer mandamiento.

3— No dirás falso testimonio contra tu prójimo, porque la justicia es ciega.

4— No robarás. Si lo haces por necesidad, procura no tener necesidades creadas por ti mismo.

5— Ayudarás a tu prójimo a sobrevivir y a cumplir con el resto de los mandamientos.

II

6— Serás tolerante; porque cuando te vuelves imbécil nunca lo sabes.

7— No te creerás dueño de la Verdad. Si la Verdad existiera no tendría un dueño tan pobre.

8— No te considerarás mejor que el resto. Solo así podrás considerar que no eres de los peores.

9— Buscarás la verdad tanto en la tierra como en el cielo, porque ese es tu destino y tu condena eterna.

10— Buscarás a Dios, porque tal vez no hay Mandamiento que valga mucho sin Él.

El orden de las tablas se encuentra, o suele encontrarse, invertido. En el Decálogo bíblico, la primera tabla se refiere a lo metafísico (II), mientras la segunda repite antiguos principios morales (I). Como si fuese una paradoja tipográfica, veamos que la escritura hebrea se desarrollaba de derecha a izquierda, por lo que la piedra de la segunda tabla había sido ubicada al principio de nuestra lectura Occidental, mientras que la primera estaba al final. Es como si Occidente hubiese entendido el orden de escritura hebrea así como los rusos copiaron el alfabeto romano de un papel mojado.

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30
Ene

José Carlos García Fajardo: Como hienas contra la realidad climática

garciafajardo1En Nueva York tendrá lugar la mayor cumbre de negacionistas del cambio climático, del 8 al 10 de marzo. Están financiados por la petrolera ExxonMobil y organizado por el Instituto Heartland, junto a otras 40 entidades al servicio de los intereses del sector energético.

Conviene recordar que en la junta directiva de Heartland está Thomas Walton, director de política económica de General Motors, segundo fabricante de automóviles del mundo que en octubre pidió a Bruselas que fueran menos estrictas las exigencias de emisiones de CO2 para los coches que circulan por Europa.

El ex presidente conservador del Gobierno español, Aznar, liderará esa cumbre de escépticos que niegan la evidencia del calentamiento global. Son conscientes de que una proposición no necesitar ser verdadera para que, a fuerza de repetirla, termine por ser creída o aceptada por muchísima gente. Es una forma de la propaganda ideológica, en este caso al servicio de los intereses del sector energético, que llegó a motivar guerras e invasiones para controlar esos recursos.

Otro de las estrellas de ese evento es Václav Klaus, presidente de República Checa y actual presidente de la Unión Europea. Es el autor del tan demoledor como sectario libro “Planeta azul, no verde” que editó y presentó en Madrid el ex presidente del Partido Popular y del Gobierno, José Mª Aznar. Ahora se apresta a ponerse al frente de los negacionistas del mayor cambio climático de la historia. Esa cumbre pretende llamar la atención sobre investigaciones que contradicen que el moderado calentamiento de la Tierra durante el siglo XX esté causado principalmente por el ser humano y haya alcanzado proporciones críticas”, según la página del Instituto Heartland.

Aznar aseguró que no tiene sentido dedicar cientos de miles de millones de euros “a causas tan científicamente cuestionables como ser capaces de mantener la temperatura del planeta Tierra dentro de un centenar de años y resolver un problema que quizá, o quizá no, tengan nuestros tataranietos”.

Tras estas declaraciones, el secretario de la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, Yvo de Boer, afirmó que “en unos pocos años” Aznar podría ver el Sahara español desde su ventana si no se toman medidas para mitigar los efectos del calentamiento. Y el economista inglés Nicolás Stern, autor del informe más completo sobre los efectos del cambio climático, aseguró al diario español Público que Aznar “no sabe nada sobre ciencia”.

Según Greenpeace, el Instituto Heartland recibió de ExxonMobil 540.000 euros en los últimos 10 años. Así como por Philip Morris, que produjo 850.000 millones de cigarrillos en 2007. El Instituto anfitrión de la cumbre ha pedido una reducción en los impuestos de los cigarrillos y mayor libertad para los fumadores.

Las declaraciones de la portavoz de Heartland, Zonia Pino, comparten otros ideales, con el político español, según declara Manuel Asende. “Nosotros promovemos la educación privada, porque las escuelas públicas no son eficientes, y la sanidad privada, porque queremos que la gente se pueda quedar con su dinero e ir a hospitales privados, en lugar de tener un sistema de salud nacionalizado”. El presidente de Heartland, el norteamericano Joseph Bast, es autor del libro Por qué gastamos demasiado en sanidad, en un país donde 45 millones de personas no tienen seguro médico.

Pero la realidad es terca, como dice Mª Gª de la Fuente. El informe de síntesis del Panel Intergubernamental de Cambio Climático de la ONU, cuyos científicos ganaron el premio Nobel de la Paz en 2007, cientos de informes científicos demuestra el aumento de la temperatura del aire y del océano, la fusión generalizada de los hielos y el incremento del nivel del mar.

También el calentamiento está provocado por los seres humanos y por el modelo de desarrollo del último siglo, muy dependiente de combustibles fósiles. Habrá menor disponibilidad del agua, incremento de las sequías y más personas expuestas a un mayor estrés hídrico. En los océanos, los impactos del calentamiento se perciben en el desplazamiento y variación de algas, plancton y peces en latitudes altas; y adelantamiento en las migraciones de peces.

Los cultivos experimentan alteraciones por el calentamiento. Las plantaciones de semillas tienen que realizarse antes y hay daños en zonas forestales por incendios y plagas en el hemisferio norte.

Los recursos pesqueros también sufren el impacto del cambio climático por alteraciones de las rutas migratorias, lo que afecta a su disponibilidad de alimentos y por lo tanto a su reproducción.

Pero Aznar declaró: “Los entusiastas de los consensos científicos y los inquisidores que les protegen rechazan cualquier discrepancia” y “este es un problema que quizás sí o quizás no tengan nuestros tataranietos”. Ante semejante planteamiento sobran comentarios.

José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la UCM. Director del CCS

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30
Ene

Eduardo Galeano: Operación Plomo Impune

eduardo-galeano-1989

Desde 1948, los palestinos viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir sus gobernantes. Cuando votan a quien no deben votar, son castigados. Gaza está siendo castigada. Se convirtió en una ratonera sin salida, desde que Hamas ganó limpiamente las elecciones, en el año 2006. Algo parecido había ocurrido en 1932, cuando el Partido Comunista triunfó en las elecciones de El Salvador. Bañados en sangre, los salvadoreños expiaron su mala conducta y desde entonces vivieron sometidos a dictaduras militares. La democracia es un lujo que no todos merecen.

Son hijos de la impotencia los cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados en Gaza, disparan con chambona puntería sobre las tierras que habían sido palestinas y que la ocupación israelita usurpó. Y la desesperación, a la orilla de la locura suicida, es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la existencia de Israel, gritos sin ninguna eficacia, mientras la muy eficaz guerra de exterminio está negando, desde hace años, el derecho a la existencia de Palestina.

Ya poca Palestina queda. Paso a paso, Israel la está borrando del mapa. Los colonos invaden, y tras ellos los soldados van corrigiendo la frontera. Las balas sacralizan el despojo, en legítima defensa.

No hay guerra agresiva que no diga ser guerra defensiva. Hitler invadió Polonia para evitar que Polonia invadiera Alemania. Bush invadió Irak para evitar que Irak invadiera el mundo. En cada una de sus guerras defensivas, Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina, y los almuerzos siguen. La devoración se justifica por los títulos de propiedad que la Biblia otorgó, por los dos mil años de persecución que el pueblo judío sufrió, y por el pánico que generan los palestinos al acecho.

Israel es el país que jamás cumple las recomendaciones ni las resoluciones de las Naciones Unidas, el que nunca acata las sentencias de los tribunales internacionales, el que se burla de las leyes internacionales, y es también el único país que ha legalizado la tortura de prisioneros.

¿Quién le regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde viene la impunidad con que Israel está ejecutando la matanza de Gaza? El gobierno español no hubiera podido bombardear impunemente al País Vasco para acabar con ETA, ni el gobierno británico hubiera podido arrasar Irlanda para liquidar al IRA. ¿Acaso la tragedia del Holocausto implica una póliza de eterna impunidad? ¿O esa luz verde proviene de la potencia mandamás que tiene en Israel al más incondicional de sus vasallos?

El ejército israelí, el más moderno y sofisticado del mundo, sabe a quién mata. No mata por error. Mata por horror. Las víctimas civiles se llaman daños colaterales, según el diccionario de otras guerras imperiales. En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son niños. Y suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento humano, que la industria militar está ensayando exitosamente en esta operación de limpieza étnica.

Y como siempre, siempre lo mismo: en Gaza, cien a uno. Por cada cien palestinos muertos, un israelí.

Gente peligrosa, advierte el otro bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invitan a creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas. Y esos medios también nos invitan a creer que son humanitarias las doscientas bombas atómicas de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló Hiroshima y Nagasaki.

La llamada comunidad internacional, ¿existe? ¿Es algo más que un club de mercaderes, banqueros y guerreros? ¿Es algo más que el nombre artístico que Estados Unidos se pone cuando hace teatro?

Ante la tragedia de Gaza, la hipocresía mundial se luce una vez más. Como siempre, la indiferencia, los discursos vacíos, las declaraciones huecas, las declamaciones altisonantes, las posturas ambiguas rinden tributo a la sagrada impunidad.

Ante la tragedia de Gaza, los países árabes se lavan las manos. Como siempre. Y como siempre, los países europeos se frotan las manos.

La vieja Europa, tan capaz de belleza y de perversidad, derrama alguna que otra lágrima, mientras secretamente celebra esta jugada maestra. Porque la cacería de judíos fue siempre una costumbre europea, pero desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo cobrada a los palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son, antisemitas. Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta ajena.

(Este artículo está dedicado a mis amigos judíos asesinados por las dictaduras latinoamericanas que Israel asesoró.)

Aparecido en el semanario Brecha, de Montevideo, el 16 de enero de 2009

30
Ene

Rubén Darío Buitrón: Los absolutos

rubendariobuitron"Todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros”. La irónica frase de la novela ‘Rebelión en la granja’ parece encajar, perfecta, en ciertos espacios de la política nacional.
La escribió el inglés Eric Arthur Blair, quien, bajo el seudónimo de George Orwell, dejó obras literarias fundamentales para reflexionar sobre el poder.
Publicó poco y murió joven, pero con ‘Rebelión en la granja’ y su libro más famoso, ‘1984’, denunció el absolutismo, la estigmatización a los críticos y la incapacidad del poderoso para escuchar lo que no quiere oír.
Como dice Rosa González en el ensayo introductorio de ‘Rebelión...’ (Ediciones Destino, 2004), hablar de las épocas orwellianas es “evocar los temas más nocivos y siniestros de cualquier régimen absolutista”.
Orwell, abiertamente ligado a las ideas de izquierda y comprometido en su trabajo con los más pobres, soñaba con la construcción de una sociedad profundamente equitativa. Soñaba con que ningún ciudadano fuese inferior a otro. Idealista y utópico, creía que es posible armar un proyecto político desde el debate plural, desde el respeto al que piensa diferente, desde la capacidad de entender al otro, desde el no tener vergüenza de rectificar.
Por eso se fue a España a luchar junto a los militantes antifascistas en la guerra civil, pero pronto descubrió otras realidades: “La historia se escribía no en función de lo que ocurría sino lo que debía haber ocurrido, según la línea del partido”.
Preocupado por el creciente desprecio a la verdad, Orwell configuró un mundo de pesadilla: “El Dirigente controla no solo el futuro sino el pasado. Si el Dirigente dice que aquello no ocurrió, pues no ocurrió. Y si dice que dos más dos son cinco, pues, bueno, serán cinco”.
Golpeado por la fuerza de los hechos -cuenta González-, “a partir de aquella experiencia el objetivo de Orwell será denunciar los absolutismos como sistemas político-sociales repudiables, indistintamente que sean de derecha o de izquierda”.
George Orwell sostenía que los intelectuales “solo permanecen íntegros si se mantienen al margen de los grupos políticos”. Desconfiaba de la tesis del partido único y detestaba a ciertos ideólogos, a quienes llamaba “bolcheviques de salón”.
Llegó a aborrecer las estructuras caudillistas, dogmáticas, inflexibles. Advertía que el poder tuerce la verdad histórica para imponer conductas y denunciaba que las formas de control social más nefastas son la persuasión psicológica y la manipulación de mensajes para sembrar miedo.
Contra el absolutismo y la censura, ‘Rebelión en la granja’ reafirma un valor irrenunciable: “Libertad es el derecho de decirle a la gente lo que no quiere oír”.

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