(Remitido por Fundación Pueblo Indio)
El sábado 25 de septiembre tuve que viajar a Buenos Aires para tomar parte en una reunión para la que había sido convocado previamente.
Salí de Quito a las 8:20 de la mañana, llegué al campo de aviación de Buenos Aires a las 6:30 de la tarde y estuve en la casa de reuniones a las 8:45. La reunión empezaba el lunes: tuve pues libre el domingo. Después de concelebrar con el Visitador Apostólico de las comunidades armenias en Argentina y con un sacerdote italiano, fui a visitar una iglesia vecina, con el propósito de observar qué reformas o renovaciones se habían introducido. Encontré imágenes “veneradas” por todos lados. Preside el altar mayor la Virgen del Carmen. En el altar de la capilla lateral o nave lateral derecha, está la imagen del Corazón de Jesús; en el de la izquierda, la imagen de San José. Luego de trecho en trecho, imágenes de Cristo crucificado, del santo cura de Ars, otra vez de la Virgen con un billete visible al lado y, muy cerca, una urna. Y veo gente que hace honores muy especiales a esta imagen o a la otra. Pienso: lo mismo es en todas partes.
Al salir de la Iglesia, veo un rótulo junto a la puerta de ingreso a una especie de oficina. Dice: “Consulta jurídico -social gratuita” Me acerco. Veo que hay gente dentro. ¿Estarán haciendo alguna Consulta?... ¿Será posible entrar?
Un joven -25 años quizá- se me acerca: ¿Es aquí donde se reúnen los jóvenes que se presentaron en la T.V.? No se.
Sale de la sala un sacerdote nos invita a entrar. Un joven abogado, según supe después, daba una charla a un grupo de muchachos y muchachas, sobre la dignidad de la persona humana. Contándonos los recién venidos, éramos 48. El joven abogado decía: Valores son las cualidades que tiene una persona. Si un joven se enamora de una chica porque ésta tiene mucho dinero, no está motivándose por valores auténticos, sino por valores aparentes, como es el del dinero. Pero si se enamora porque ella es inteligente, es bondadosa, entonces está motivándose por valores, porque son cualidades de la chica. Los valores admiten jerarquías: esto quiere decir que hay valores más grandes que otros.
Por ejemplo: son valores la justicia, la caridad, la generosidad. Pero la caridad está por encima de la justicia y la generosidad está por encima de la caridad y de la justicia. Hay valores que se adquieren y hay valores congénitos. Estos son los valores ontológicos, porque pertenecen al ser. El hombre por ser hombre, es un valor pues ha sido hecho a imagen semejanza de Dios. En esto consiste la dignidad de la persona humana: en que el hombre es imagen y semejanza de Dios. De ahí la obligación de respeto a la persona humana.
Cuando acabó pidió la palabra mi compañero de ingreso: Yo soy trabajador en la T.V. He venido porque me interesa oír lo que piensan los jóvenes aunque yo no estoy en la capacidad de ustedes. Te quiero preguntar a vos: Y el dinero ¿no es ningún valor? Porque, a un trabajador como yo, si gana por los menos 50.000 pesos mensuales para poder subsistir, ¿de qué le sirven todos esos valores de que vos estás hablando?
Se produce desconcierto en la sala. Hay caras que disimulan la cólera. Hay caras que miran al obrero con fijeza y con asombro. Hay caras que pretenden sonreír bondadosamente aunque no se den cuenta de que, por ser forzada la sonrisa, hacen caras de idiotas.
He ahí enfrentado un obrero con más de una cuarentena de universitarios, porque el grupo era de universitarios. Enseguida vinieron las respuestas. Muy complicadas. Muy teóricas. Muy descomprometidas.
• Mirá vos...yo te he entendido todo lo que has dicho y estoy de acuerdo con vos, aunque no en todo... Porque, mirá... si todos procuramos adquirir los valores espirituales, más o menos todos estaríamos en condiciones de adquirir también los valores materiales.
• No es que yo quiera hacer menos a los valores intelectuales. Ustedes son mejor preparados que yo. Lo que quiero decir es que, si no se atiende a las necesidades de la vida, todo lo demás son palabras. En la noche en que se presentaron en la T.V. dijeron que, en un gran cuadro medido en decímetros se puede simbolizar todo lo bueno que se habla y en un cuadrito pequeño, medido en milímetros, se puede simbolizar lo poquito que se hace. Yo les digo a ustedes que hagan el revés: hablen poquito y hagan mucho.
• Sí, tenés razón; pero tenés también que entender que somos estudiantes, que estamos en la Universidad, que estamos en la época de la preparación y que no podemos hacer mucho.
• Además, aquí hablamos y decimos lo que debemos hacer; pero después cada cual sabrá si hace o no hace y no les podés exigir vos que hagan esto o aquello, porque ya depende de cada uno.
El obrero no se deja convencer y continúa en su réplica: “Yo tengo entendido que ustedes pertenecen a la clase dirigente. No les pido que resuelvan hoy o mañana todos los problemas. Pero sí que no hagan lo que hace mucha gente como ustedes. Vienen a decirnos: “Mirá vos...aquí te traemos este vestido, este par de zapatos...ponete...es para vos...” Bueno, sí. El obrero se pone el par de zapatos que le regalaron unas señoras que vienen a mostrar su riqueza y su lujo. Se pone, porque necesita. Pero, después...cuando ese par de zapatos se acaba... ¿qué?...Entonces ve que todo no es más que engaño y componenda. Les digo esto a ustedes, para que no sean así, para mañana, cuando sean ingenieros, abogados, doctores, procuren cambiar las estructuras.
Ahora habla una muchacha con mucha vehemencia y con notable ironía:
• Se habla mucho de cambio de estructuras. No hay para qué hablar tanto de cambiar estructuras. De lo que debemos hablar es de nuestra conversión.
Un hombre completa y aclara el pensamiento de la muchacha:
• Si ustedes, los obreros, trabajaran más, si se esforzaran por adquirir los valores espirituales, si no robaran ni malgastaran lo que ganan, si se convirtieran...entonces la situación sería distinta.
La discusión se pone interesante. El obrero vuelve a pedir la palabra, para defenderse y para defender a su clase. Pero, como si hubiera un acuerdo para acallar diplomáticamente su voz, se levantan como un resorte todas las chicas y uno que otro de los muchachos y se ponen a preparar y repartir tazas para servir café caliente. Con qué oportunidad y con cuánta delicadeza saben hacer callar a quienes les molestan.
Sin embargo, estos muchachos universitarios habían estado en Misa, de la Misa pasaron a reunirse en la sala. Y, en la Misa de este domingo XXVI se habían leído las terribles palabras de Oseas y la no menos terrible parábola del rico epulón y del pobre Lázaro.
“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo, y todos los días celebraba espléndidos banquetes. A su puerta yacía un pobre, llamado Lázaro, lleno de llagas, el cual deseaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros se acercaban para lamerle las llagas. Sucedió, pues, que el pobre murió, y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Pero murió también el rico, y fue sepultado. Y en el abismo, estando en medio de tormentos, levantó los ojos y vio desde lejos a Abraham y a Lázaro en su seno. Entonces gritó: “Padre Abraham, ten compasión de mí, y envía a Lázaro para que, mojando en agua la punta del dedo, venga a refrescarme la lengua que estoy sufriendo horrores en estas llamas. Pero Abraham le contestó: “Hijo, acuérdate de que ya recibiste tus bienes en tu vida, mientras Lázaro, en cambio, males; ahora, pues, entre nosotros y vosotros ha quedado establecido un inmenso vacío, de suerte que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni tampoco atravesar de ahí a nosotros”. El rico respondió: “ruégote siquiera, Padre, que lo envíes a casa de mi padre - porque tengo cinco hermanos-, con el fin de prevenirlos, para que ellos no vengan también a este lugar de tormento”. Pero Abraham le replicó: “Ya tienen a Moisés y a los profetas: que lo escuchen”. El insistió: “No, Padre Abraham: si, en cambio, se presenta a ellos alguno de entre los muertos, se convertirán”. Pero Abraham le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, ni aunque resucite uno de entre los muertos se dejarán persuadir”.
¿Por qué -preguntan algunos- no se evangeliza a los ricos, para que también ellos se conviertan? Está bien que la Iglesia esté ahora volcando su atención y sus cuidados a los pobres, a los obreros, a los campesinos... Pero los verdaderos pobres son los que tienen riquezas de este mundo y en cambio, no conocen el Evangelio. A estos pobres tienen también que ir la Iglesia. Si logramos la conversión de las clases dirigentes, estamos dando un gran paso para que la sociedad misma entre por el camino del Evangelio: la conversión de los ricos es punto clave. Por el Evangelio mismo, no debe abandonarlos la Iglesia.
Confieso que es muy duro, que es muy difícil tomar una postura definida, tajante, frente a este problema. Ante todo, porque entre la figura del rico epulón y la del pobre Lázaro, tengo que ubicarme a mí mismo. ¿Qué rasgos son los que me caracterizan? ¿A cuál de las figuras más me parezco? Aunque no vista de púrpura ni de lino fino, las telas de que me visto ¿no son las más confortables, las más elegantes, las más costosas, las más distinguidas? Aunque no celebre espléndidos banquetes todos los días, ¿no es verdad que todos los días dispongo de comida sabrosa y abundante? Y, por el contrario, allí cerca, ¿no hay muchísima gente que anda mal vestida, que no tiene casa, que desea saciarse con las sobras de la mesa, que está sucia y llena de llagas u oprimida por las enfermedades?...Entonces empecemos por evangelizarnos a nosotros mismos primero. Pertenecer a la Iglesia de los pobres, no es simplemente hacernos pobres como los pobres, es convertirnos en uno de tantos pobres.
Si logramos definir así nuestra propia posición, ya podemos hablar. Y entonces podemos decir que entre la riqueza y la pobreza hay un abismo insalvable. No hay posibilidad de concesión alguna. No puede ir el pobre Lázaro, mojada la punta del dedo, a refrescar la lengua del rico epulón. Lo grave es que tampoco el rico epulón puede hacer viaje a encontrarse con el pobre Lázaro; hay entre uno y otro un vacío inmenso. Es inoperante, es inefectivo pensar en que uno de entre los muertos vaya con un mensaje a hablar a los ricos: así como no escuchan a los profetas ni creen en ellos no creerán tampoco en el mensaje pronunciado por uno resucitado de entre los muertos. ¡Esclaviza tanto la riqueza!
Es esto lo que me ha parecido constatar una vez más en la reunión de mi referencia. Los jóvenes de la clase alta... los católicos acomodados... los universitarios que se preparan para ser los dirigentes de la sociedad del mañana... no quisieron pensar en el cambio de estructuras, se negaron a comprometerse en acciones transformadoras, y se conformaron con hablar de una conversión piadosa, aérea, tranquilizante, y con acusar veladamente al obrero y a los obreros de ser él y ellos los culpables de su propia y desdichada suerte. Toda la filosofía de los valores, toda la teología de la dignidad de la persona humana, todo el anhelo apostólico, vacíos de contenido, se desinflaron como globos repentinamente pinchados.
Ese era el momento de la pobreza, si hubieran querido aceptarla. Pero entonces inflaron otros globos; el cafecito caliente y... el reparto de una hojita que decía: “Hora de adoración eucarística. Encuentro mensual de meditación. Cristo nos espera, en la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, primer viernes, de 10 a 11 de la noche”. Centro de espiritualidad universitaria”.
¿Qué esperanza queda entonces a los ricos?... La de hacerse pobres. Después del encuentro con el joven rico dijo Cristo a sus discípulos: “Qué difícilmente entrarán en el Reino de Dios los que tienen riquezas”. Ellos decían entonces entre sí: “Y, ¿quién podrá salvarse?” Fijando en ellos su mirada dijo Jesús: “Para los hombres, imposible; pero no para Dios, pues para Dios todo es posible”.