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Dic

Sara Serrano: Quito



Sara Serrano Albuja
Escritora

Quito luminosa/ciudad del ancestro quitu/mitad misma del grano de maíz/ciudad sagrada/beso de geranio y capulíes/venerada en los solsticios,/ equilibrio y equinoccio/.

Tengo orgullo de haber nacido en Quito, tierra de mis padres, ciudad cuyo apellido es el heroísmo, la rebeldía, el arte y la ciencia. Quitu, preincásica y prehispánica, milenaria ubicada en la mitad de una geografía que la hizo ser heliocéntrica y luminosa; observatorio de astrónomos, como la cumbre del Catequilla o el Yavirac, existentes ya antes de la llegada de los nobles sabios geodésicos Godin, Condamine o Bouguer. Quitu, ciudad que significa mitad.

No fueron incas ni españoles quienes vinieron a dar la posición satelital a este pueblo ancestral buscándolo en geografías erróneas. Ya existía la ciudad antes de que seamos país y antes de Benalcázar. Ciudad de la resistencia india con Rumiñahui. Urbe mestiza que nos legó el arte y las pacientes manos de Legarda, Caspicara, Miguel de Santiago o Fray Jodoco Ricke, el del trigo y la cebada.

Sobre sus construcciones de piedra, manos de artistas indios edificaron San Francisco, La Compañía, La Merced y todas las iglesias joyas relucientes que en los solsticios muestran insólitos efectos lumínicos, recuerdos ancestrales de nuestra astronomía equinoccial.

Quito, vecina acogedora de Humboldt. Ciudad rebelde que no soportó el autoritarismo. Libertaria como sus históricos cabildos deliberantes. Ciudad altiva que tendría cuantiosas fechas para cantar sus rebeliones: la de las alcabalas, la de los estancos o la de los barrios.

El nacido y bautizado en Quito, Eugenio Espejo de 1747, médico, periodista, escritor, bibliotecario, ilustrado de estatura latinoamericana, fue gestor de la libertad con sus Primicias de la Cultura de Quito, sus pancartas y lucianos, y su generosa ilustración.

Quito, la del Alma Máter: San Fulgencio, Santo Tomás de Aquino o San Gregorio Magno. La que, como Florencia, vistió con su pintura y escultura muchos templos de América con la Escuela de Artes y Oficios San Andrés, laboratorio de la Escuela Quiteña.

Quito, la de los revolucionarios del 10 de agosto que encendieron la libertad en América y se cobijaron en la Sala Capitular de San Agustín. La del pueblo insurrecto que enfrentó a los emisarios de los virreyes en las calles un 2 de agosto.

Quito, la de los periodistas que se rebelaron en el Quiteño Libre contra la tiranía de Flores, la de Manuela Sáenz, compañera de Bolívar, la de Manuela Cañizares y la de Manuela Espejo.

Quito del Pichincha majestuoso, la de la guerra de los cuatro días, la de los forajidos. La que me hizo ser tambo y pucará, la de poetas y murcielagarios de La Ronda.

Quito no es solo corridas arcaicas de toros, nobles bestias sacrificadas en espectáculos cruentos. Quito se merece a quien la ama y la defiende. Un gobierno que no la desprecie ni la olvide. Líderes locales que estén a la altura de su historia.

Arquitectos, economistas, ecologistas, ciudadanos, artistas y soñadores que sigan el camino que la hizo ser Patrimonio Histórico y Cultural de América y el mundo.

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