Los libros, mis amigos
por Herbert Mujica Rojas
11-3-2009
La adecuación a la historia
En el preciso estudio que ha consagrado Aníbal Sierralta Ríos a la Internacionalización de las empresas latinoamericanas, (Lima 2007, PUCP), subraya con énfasis lo que Jurgen Samtleben afirma del libro en la contracarátula: “El autor desarrolla en el Capítulo I una teoría
novedosa y original. Al igual que su planteamiento durante la V Conferencia Interamericana de Derecho Internacional Privado (CIDIP), en que fue el único que expresó que no son los organismos internacionales los que establecen los principios generales del
derecho del comercio internacional, sino que estos surgen del uso y de la práctica de los operadores (...).. y de muchas entidades que sin serlos retoman esta práctica y la convierten en documentos aceptados por el comercio internacional”.
Afirma Sierralta en el capítulo 3.5.2, La educación, la tecnología y los regímenes legales: “La penetración cultural es de lo más amplia, pues cubre no sólo la educación, sino, también, la utilización de nuevos modelos jurídicos o formas societarias, estilos de gerencia y mecanismos financieros que se introducen en la plaza receptora para
familiarizar a las empresas, con el fin de que puedan desenvolverse como si estuvieran en su propio mercado.”
Y anticipándose con largueza de lustros a ciertas prácticas que ya reconocen, como veremos luego, prácticas aberrantes y a niveles oficiales, dice Sierralta: “En el área educativa, se plantea reescribir el pasado, ya que los referentes históricos influyen en la acción de los operadores y los grupos sociales, lo que frena, con
frecuencia, el desarrollo de algunas inversiones extranjeras. Con tal motivo, se busca dejar a un lado el pasado si es que este es molesto e incómodo para el país inversionista. Entonces, se habla de no recordar la historia, sobre todo si esta evoca circunstancias que se pueden repetir en el campo de la inversión y en la política interna. Por
ello, los Estados y las grandes transnacionales, que, con frecuencia, tienen un volumen de ventas mayor que el PBI de cualquier país latinoamericano, actúan a través de las instituciones académicas, los medios culturales, las fundaciones, los periódicos, las editoriales, las revistas e, incluso, los simposios universitarios y de instituciones de intelectuales con el fin de influir en la sociedad.”
Aquí en Perú fuimos mucho más lejos. En noviembre de 1985, siendo canciller, tan ágrafo entonces como hoy, Allan Wagner Tizón, firmó con su par chileno de esas fechas, Jaime del Valle Alliende, la siguente barbaridad en el Punto III de esa malhadada Acta sobre Revisión de Textos de Historia:
“Los ministros estuvieron de acuerdo en poner en práctica, en el más corto plazo posible, un procedimiento que permita en sus respectivos países efectuar una revisión de los textos de historia, a nivel de la enseñanza primaria y secundaria, con miras a darles un sentido de paz e integración”.
Bien hace en puntualizar Sierralta en su trabajo y en el capítulo 3.5.3 La adecuación de la historia:
“El tercer plano de la penetración cultural se refiere a cambiar los libros de historia y olvidar para consolidar las empresas y las inversiones en el país receptor, sobre todo con la argumentación de que estas crean fuentes de trabajo. Una influyente revista peruana que exponía las ventajas de las inversiones chilenas concluía afirmando:
“De un concepto de soberanía nacional y estatal debemos pasar a un concepto de soberanía ciudadana y civil. En algunos años debemos, quizá, revisar nuestros libros de Historia”.
¿No hemos escuchando salmodias recurrentes y a cargo del presidente García, la inefable ministra Mercedes Aráoz y de múltiples rábulas oficialistas los argumentos de fuentes de trabajo, mirada al futuro, amnesia de lo que ocurrió porque pertecene al pasado que hay que superar? Nótese que el libro, cuya insuficiente recensión hacemos hoy,
fue lanzado al mercado (hoy absolutamente agotado) en el 2007, mucho antes del actual y vigente, sin que se entere el Congreso, TLC con Chile que sí firmó el Parlamento de ese país pero no el nuestro.
El trabajo de Sierralta merece in extenso no una sino varias crónicas ilustrativas para los lectores ávidos de enfoques certeros y valientes. En tiempos en que gerifaltes, ágrafos y mercenarios pretenden hacer las cosas al revés, testimonios como el presente, merecen la lectura obligada y militante de todos los que quieran enterarse de otros puntos de vista.
¡Así son los libros, mis amigos!