No hay duda que la vida política y la situación de la economía son los dos grandes ejes que llenan las informaciones y el ambiente nacional. Ahora, con la inscripción de todas las candidaturas, los políticos “revivirán” como figuras centrales de los noticieros, para bien o para mal del país. Y me inclino a pensar que para mal. Porque el discurso de los políticos ecuatorianos (mas todavía conociendo a algunitos…), será nuevamente el tradicional: ofrecimientos de cambio, ataques interpersonales, halagos para el pueblo, autoproclama de ser los “verdaderos” representantes de los intereses nacionales, etc. y, sobre todo, ataques al gobierno, porque sin esa condición, corren el riesgo de ser acusados como “gobiernistas” o por lo menos “continuistas”.
Esa “cultura política” del Ecuador es una herencia del pasado y no será fácil revertirla. Debieran cambiar una serie de estructuras del país, para que los políticos adquieran racionalidad analítica, sustento argumental, proposiciones objetivas y, ante todo, fundamentos basados en un mínimo conocimiento histórico. El lenguaje y los métodos populistas, por ejemplo, no cambiarán mientras la pobreza, la miseria, el subempleo y el desempleo continúen como realidades condicionantes para el discurso “ofertista” de los candidatos.
Siendo este el Año del Bicentenario del 10 de Agosto de 1809, ¿qué valor le dan los políticos? Hace cien años, Eloy Alfaro tomó con seriedad la fecha. La celebró como elemento base de la identidad nacional. Dejó en claro que era la fecha magna de la patria. El monumento a la Independencia, en la Plaza Grande de Quito, quedó como homenaje simbólico, junto a otros monumentos y programas. En 1900, el Himno, la Bandera y el Escudo que tiene el Ecuador fueron consagrados, en forma definitiva, por Alfaro.
Los conceptos de soberanía popular, representación de los pueblos, autonomía, e independencia, el pensamiento ilustrado, la edificación del primer Estado con ejecutivo, legislativo, judicial y ejército propios, la primera Constitución, una amplia movilización popular, el ejemplo en Hispanoamérica, la lucha por la libertad, el sentido de identidad nacional y hasta la dolorosa muerte de los grandes próceres, constituyen los hitos históricos del proceso revolucionario entre 1809-1812. No se puede explicar la Independencia del Ecuador, concluida trece años más tarde, sin la Revolución del 10 de Agosto de 1809. Las revoluciones de Guayaquil y Cuenca solo se produjeron una década más tarde (1820), porque cuando se levantó Quito, ambas ciudades armaron tropas para someterla, defender al Rey y a la autoridad española.
Las luchas políticas del presente siguen movilizando conceptos, valores y esperanzas iniciados en 1809. El Bicentenario es una fiesta nacional. Y política, también. ¿Cómo la celebrarán los candidatos y políticos? Lo peor sería que hagan caso a ciertos escritores regionalistas que niegan la Revolución del 10 de Agosto de 1809, que reniegan de Bolívar y que han tenido algún éxito en convencer que la “única” revolución exitosa nació en 1820.