19
Ago

El gran reloj de W. J. Kursk (fragmento), del libro de relatos TONTÓDROMO

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Nos conocimos en un lejano tiempo en el que sobrevivíamos de la industria del hot dog en platinados carritos, que arrastrábamos uno junto al otro por el bajo Manhattan antes del mediodía, de camino a nuestros lugares de trabajo, compartiendo ensueños hasta que concluí el journalism school.

Él se quedó en ésa mierda varios años más, solo, porque no tiene familia, acompañado nada más de su infaltable hierba.

Cuando su fama empezó a darle de comer, adoptó la barba de filósofo británico y la toga de Krishna. El repudio al agua y al jabón de baño  venía sin duda de su infancia en la helada estepa siberiana.

Contaba a los amigos que llegó a América cuando tenía diez años; en seis meses hablaba inglés y al concluir el año se entendía perfectamente con todos los latinos del vecindario donde nos conocimos, un ghetto miserable y mal oliente, con osamentas de automóviles viejos o incendiados de trecho en trecho, ruinosos edificios grises y miles de dominicanos ansiosos por entrar a las ligas mayores de béisbol que nunca lo lograrían o ya fueron rechazados por cualquier causa. En ésa época adquirió el hábito de fumar marihuana. Yo llegué a ese lugar por cosas del maldito destino, para quedarme por varios años, para mi desgracia.

Sólo cuando era ya un personaje absolutamente reconocido y adinerado, decidí irlo a ver para solicitarle una entrevista que debía aparecer en una crónica de gente famosa. Me atendió sin los preámbulos de semanas y hasta meses que normalmente solía imponer a todo aquél que quería hablar con él y además no pidió un centavo por la entrevista. Me miró emocionado al recordar nuestras aventuras de miserables gusanos en plena barriga de la monstruosa manzana. Recordamos las juergas con las putas de nuestras vecinas del barrio latino y las broncas con sus cabrones novios que no querían compartirlas. Los quepís blancos y los mandiles. Las humillaciones diarias de gente para la que éramos menos que escoria, perdedores a la enésima potencia, fracasados con horario de 9 a 5. Se trataba de las vergonzosas historias que sólo un puñado de personas conocía de mí y que siempre cuidé de enterrar en el olvido. “¡Mírennos ahora!” gritaba emocionado y con voz ronca al vacío, a las paredes de su penthouse, al elegante y costoso mobiliario. Mírate, pensaba yo, tú tan rico y yo tan de nueve a cinco; tú tan talentoso y yo tan copia al carbón del modelo gringo, tan cigarrillo en su cajetilla repleta de cigarrillos.

Al notar mi tristeza, me propuso no solamente escribir una crónica suya, sino ser su historiador personal y portavoz, con un sueldo diez veces mayor que el que me pagaba el periódico para el que lo entrevisté, y con horario abierto. Fue así como me convertí en su biógrafo personal.

***

A sabiendas de que organicé un negocito de varios cientos de miles de dólares gracias a su fama, aceptó exhibir su demencial objeto en Quito. Tuve licencia además para ejecutar varias maniobras comerciales: magnanimidad suya, por dejar que me enriquezca yo también un poco. Pidió sin embargo algunas prerrogativas inevitables, que le dejarían igualmente jugosas ganancias.

Impresionante el zambomba que armó para el viaje en su flamante avión. Decenas de guardaespaldas. Varios camarógrafos de todas las cadenas de televisión de señal abierta y de cable que pudieron pagar las descomunales sumas que exigió como derechos de difusión de su espectáculo. Quince mujerzuelas de todos los colores, porque para padrote, quién más que Kursk. Venía también el resto de parásitos que rodea a las estrellas en ascenso que no tienen la sensatez de quitárselos de encima: amigotes, peluqueros, maquilladoras, asesores de imagen, consejeros de etiqueta y buenas maneras. Toda esa fauna joligudense invadió el vuelo que nos llevaría a Ecuador, con bullicio de adolescentes en bus escolar, claro, luego de que Kursk subiera el primero a su camarote en el avión, acompañado únicamente por sus concubinas.

 

En Quito.

¡Había que ver su toga y su barba de patriarca en el lugar de honor cuando nos presentamos en la plaza, con ocasión de la fiesta de la ciudad! Parecía el apóstol predilecto del Gran Cannabis Deus con su pequeña pipa ahíta de hierba inundando el aire con su pestilencia… Había que ver la de aplausos que arrancó a la concurrencia mientras empinaba circunspecto un pellejo de tintazo insípido y barato que algún aficionado le lanzó al pasar y que atrapó en el aire de un zarpazo. Elevaba el brazo y la bota con una mano, que dejaba caer el oscuro líquido a su boca abierta de par en par, en vulgar e impresionante chorrito de casi un metro. Con la otra mano saludaba a la afición en las pausas de beber, cuando no la usaba para sostener la pipa, que prefería sujetar con los dientes de rato en rato, para darse mayor nota.

 

FIN DEL FRAGMENTO.

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13
Feb

Polvo-y-olvido

Por Luis Alberto Mendieta

María Belén sin duda es esa clase de jovencitas que cualquier hombre voltea a mirar por su sensual atractivo.

¡Cómo podrías olvidar su primera noche juntos! Tan a su manera, que te sentiste una bestia, un animal devorando aquello que el demonio te arrojó por entretenerse un rato, por ver tu reacción. Y es que estando en lo mejor, en la cúspide de la refriega, la Belén con su beatífica sonrisa te arrebató el placer en el instante más inoportuno.

Es de aquellas que están absolutamente convencidas del valor de su clase social, y desprecian todo aquello que consideren vulgar o rústico. Sin embargo su naturaleza, en el fondo, es sencilla y quizá hasta dulce, pero cuando el demonio del capricho entra en su corazón, exhibe una personalidad que fácilmente humillará a quien no sepa tratar con personas de su nivel. Le resulta sencillo aplastar al que se le ponga por delante con un par de palabras o el más mínimo gesto, porque el poder del dinero ha creado en sus ojos dos tizones que brillan en ése rostro pálido suyo de Virgen María adolescente, con actitud capaz de abatir murallas, armada únicamente de intrepidez.

La María Belén… Ella y su aura virginal, entre la centena de compañeras suyas, mocosas libertinas, carentes de honestidad… Tal como tú.

Esa actitud angelical que te excitó siempre de ella, infame ironía, fue la que llegaste a odiar, porque sus malditos orgasmos tenían algo de advenimiento sagrado, de ceremonia vestal, de pacto divino en el que tu alma le pertenecería para siempre. Mal polvo la María Belén… ¡Maldita sea! Mal polvo. Mujer ideal para cualquier hombre sensato y el mejor partido del mundo para ti… Pero mal polvo al fin y al cabo. Te asqueaba su prosaico amor de jovencita perdidamente enamorada de su maestro porque siempre quisiste hembras-animales, mujeres de sangre caliente y mirar lujurioso, aficionadas a los placeres de la cama: hembras regodeándose en el hecho de que las poseyeran para olvidarlas cinco minutos más tarde: mujeres-fáciles, mujeres-polvo-y-olvido, polvo y olvido…

Hasta que una tarde su recuerdo te arrancó un estremecimiento porque caíste en cuenta, espantado, que pese al aparente disgusto, empezaste a añorar la llegada del sábado para repetir en tu lecho su extraño ceremonial.

Enero/2010.

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