Columnista
Y le devuelvo con rapidez su pañuelo, gracias, porque yo no estoy conmovido por lo que usted se imagina: ¡estoy intranquilo porque aquel señor pasaría a otra vida sin haber pasado, antes, por las manos de la justicia! Quien gobernó el Ecuador como capataz de hacienda, a punta de carajazos y con la consecuente violencia, merece todavía, en el crepúsculo de su vida, rendir cuentas de su trajinar político y económico.
El poder no es solo soberbio; su arrogancia le lleva a despreciar la Historia: creen, quienes han usufructuado del poder, que sus actos nunca serán descifrados, analizados y juzgados por las actuales o nuevas generaciones. Están más que seguros que la Historia tragará cuentos e infamias sin voluntad de inventario.
La prepotencia al violentar sistemáticamente los derechos humanos cuando era la primera autoridad del país y la metódica eliminación física de radicales adversarios políticos (¿recuerda usted a Consuelo Benavides, a Arturo Jarrín,…?) evidenciaron esa fría indiferencia con que los gobernantes de derecha combinan sus decisiones económicas neoliberales. Febres Cordero, por ejemplo, no cumplió su promesa electoral de ‘pan, techo y empleo’; más bien, amplió los beneficios de la ‘sucretización’ de las deudas privadas y, al final de su régimen, hasta la Reserva Monetaria llegó a ser negativa. (Incluso, cuando la Comisión para la Auditoría Integral del Crédito Público, que emitiera su sorprendente informe hace pocas semanas, pidió la información del uso de los préstamos de deuda externa por parte del Municipio de Guayaquil, éste no entregó ninguna información, lo cual debe ser investigado.)
Si estoy conmovido, no es de pena, sino de indignación. León, no se nos muera todavía; le necesitamos para demostrar al mundo y a nosotros mismos, y a nuestros hijos, y a los hijos de aquellos, que la impunidad es una ilusión con dedos de seda y que todos los actos contrarios al interés nacional jamás pueden ni deben prescribir. Cobijado en sábanas de seda de la lujosa habitación en la clínica: ¡León, le conmino a no morirse, hasta no ser juzgado!