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JORGE NÚÑEZ SÁNCHEZ: ¿Vocación autoritaria?


jorgenunez Tras la muerte de García Moreno, la derecha ecuatoriana se sintió tan huérfana como hoy y uno de los áulicos del tirano, el cura Matovelle, que había sido senador y beneficiario de la tiranía, escribió: “La libertad nos fastidia, el despotismo nos hace falta. Si nos dan la libertad, la arrojamos al fango del libertinaje: nuestras tradiciones, nuestros hábitos, nuestra poca cultura, nuestra falta de carácter, todo reclama la vara del despotismo.”


Tras la muerte de Febres Cordero, la derecha ha vuelto a sentir esa horrenda orfandad y desamparo de otrora. Añoran el látigo del patriarca, la vara de la tiranía. Por eso se juntan a llorar y hacen loas al difunto esos mismos que ayer se insolentaron contra el patrón que los escupía y, a veces, hasta los abofeteaba. ¿No fue su vicepresidente Blasco Peñaherrera, el de la conmovida oración fúnebre, quién hace años dijo que LFC presidía “un gobierno de hombres entontecidos por el dinero” y lo acusó de querer instituir un somozato?


Alguien dirá que el símil entre García Moreno y Febres Cordero sólo puede ser admitido en el plano político, pero no en el moral, porque el primero fue un tirano impoluto, que jamás robó fondos públicos, y el segundo, en cambio, ejercitó todos los pecados capitales. Igual parece que piensa el arzobispo de Guayaquil, quien, en un lapsus ya histórico, dijo públicamente en el sepelio de LFC: “Señor, tú que perdonaste al buen ladrón, perdona a nuestro hermano León Febres Cordero…”


En su ansia de sostener un poder que se le escapa para siempre, la derecha ecuatoriana se ha revelado más cínica que ninguna otra. La derecha chilena defendió a muerte a Pinochet frente a las acusaciones de sus enemigos, pero luego renegó del dictador, cuando se supieron sus robos de fondos públicos. Defendían a su sicario, pero despreciaban al ladrón. Nuestra derecha defiende a su caudillo sin pensar en la distancia que va del tirano al bandido. Eso la califica y la revela de cuerpo entero: es una derecha bandida, que a su hora hizo marchas para defender a los banqueros ladrones, encabezada por el inefable difunto.


Hay una cuestión que me preocupa más que los llantos de la oligarquía y su servidumbre. Es el llanto de algunas gentes del pueblo, que veían en LFC a su líder político. ¿Será que a ellos si les alcanzó el “pan, techo y empleo” que no llegó a la inmensa mayoría? ¿O esas gentes son los últimos supervivientes de la vieja cultura caudillista del agro montubio, que en el siglo pasado consagró a patrones como “El Gago” Efrén Icaza Moreno o “El Mico” Emilio Bowen Roggiero? Y menciono a estos personajes, porque el muerto se pareció más a ellos que a don Gabriel, tirano impoluto y apasionado de la unificación nacional.


Montado en caballo de paso o vestido con terno, corbata y pistola al cinto, Febres Cordero encarnó la imagen del patrón oligárquico. Una imagen a la que se rindieron muchos políticos supuestamente cultos, ante la que se prosternaron magistrados y jueces pícaros o cobardes, y que hoy ensalzan y consagran los medios de derecha, incluidos aquellos cuyos dueños fueron pisoteados en su hora por la bota del abusador.

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Dic

Rubén Darío Buitrón: Mirándonos en el espejo

Mirándonos en el espejo

rubendariobuitronPor Rubén Darío Buitrón

¿Qué actitud adoptar ante el otro, ante el que no es como nosotros? ¿Cómo tratarlo? ¿Hay que intentar conocerlo? ¿Es ético buscar la manera de acercarnos y entenderlo?

Esas preguntas debieran asaltarnos con frecuencia. Asecharnos y obligarnos a salir de la casa de espejos donde estamos atrapados.

Atrapados en la casa de espejos donde hablamos para nosotros. Donde no nos importa lo que piensen los otros. Donde escribimos contra los otros. Donde subestimamos a los otros. Donde repudiamos la opinión de los otros. Donde no escuchamos la voz de los otros. Donde quisiéramos callar, para siempre, las ideas de los otros.

Atrapados en la casa de espejos que nos impide mirar, entender, admitir que por fuera de estos enormes espejos habita una sociedad vital y compleja que no la vemos, que no la escuchamos, que no la sentimos, que no somos capaces de percibir.

Atrapados en la casa de espejos donde no son posibles la deliberación ni el disenso. Donde quienes tienen el poder solo reconocen su propia imagen y al mirarse en ella arrasan con todo lo que no encaje en sus proyectos, visiones, maneras de entender la vida, la realidad, el futuro.

En la casa de los espejos no es posible la tolerancia, el respeto, el espacio para el otro. Ni siquiera es posible la coexistencia con el otro: si nosotros tenemos la razón, si nosotros representamos la sensatez, si nosotros somos los heraldos de la ética, si nosotros tenemos las herramientas para difundir y multiplicar y expandir nuestra hegemonía ideológica, política, económica y social, ¿para qué escuchar la palabra del otro, del diferente, del distinto? ¿Para qué tomar en cuenta a los agoreros que pretenden alarmar advirtiéndonos que la intolerancia, la arrogancia y el desprecio a los otros podría conducirnos a la derrota colectiva, al funeral de los procesos reflexivos y a la demolición de escenarios para el debate y la búsqueda de consensos?

Muchas veces los periodistas también nos dejamos cegar por el resplandor de los espejos. Sin visión precisa, olvidamos que nuestro oficio solo tiene sentido en función de los demás y que el destino moral del periodismo son los otros conectados a nosotros.

El sabio griego Heródoto solía decir que cuando unos individuos cierran la puerta a otros individuos, por las razones que fueran, en el fondo son sujetos miedosos que adolecen de un complejo de inferioridad y tiemblan ante la perspectiva de verse reflejados en los sentimientos y las demandas y las necesidades y los pensamientos ajenos.

Cercados por las murallas que nos impiden ver más allá de nosotros mismos, no alcanzamos a entender que será imposible construir una sociedad más humana si seguimos mirándonos en nuestros espejos.

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