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Feb

Sobre la crisis Global, Última parte. Alberto Acosta: Hacia un nuevo sistema financiero internacional. Propuestas desde la utopía

“Sean realistas, pidan lo imposible”, Graffiti en Paris, mayo de 1968.

De la gran discusión mediática a una propuesta política global

Alberto AcostaAún en el supuesto de que lo peor de la actual crisis fuera superado en poco tiempo, bien vale la pena imaginar otro mundo para terminar de cambiar éste. Es hora de construir una propuesta de sistema financiero que no simplemente viabilice un funcionamiento más racional del sistema capitalista, sino, en última instancia, que contribuya a su sustitución por otro sistema civilizatorio.

El punto medular de esta propuesta radica en diseñar y aplicar una solución que tenga en mente un enfoque global, no parches. Para lograr la globalidad se debe incorporar a todas las categorías de actores. No es suficiente que intervengan los países más ricos, ni tampoco prioritariamente las instituciones financieras internacionales. El esfuerzo, por más complicado que aparezca, debería darse desde las Naciones Unidas, la única capaz de representar una soberanía internacional colectiva.

Por eso es indispensable contar con instituciones internacionales democráticas y comprometidas con el bienestar de todos los pueblos. Los países poderosos, lo demuestra la historia, intentarán velar por sus intereses a costa de los más débiles.

Por lo tanto la solución no pasa por hacer lo mismo que antes, aunque fuera con un comportamiento ético mejorado. Hay que pensar y hacer algo distinto. El sistema económico internacional debe estar dotado de redes de seguridad e información regionales para no tener que “disfrutar” de las crisis recurrentes. Para lograrlo se precisa un sistema de prevención de crisis y de minimización de los riesgos que éstas implican. Pero estas redes tienen que crearlas los países desde el ámbito regional, al menos mientras no existan las condiciones democráticas para impulsar una reinstitucionalización del mundo desde espacios globales.

Incluso sin el concurso de los actuales organismos internacionales, hay que trabajar en la construcción de organismos regionales, a partir de países vecinos que tienen mayores afinidades entre sí con el fin de que, asociándose entre ellos, puedan conseguir sus propósitos y regular sus relaciones financieras, comerciales, laborales, migratorias, ambientales, tecnológicas y por cierto políticas. A nivel internacional cada uno de estos espacios regionales tendrá que interrelacionarse en un sistema de nodos, procurando minimizar el peso de una instancia única mundial. El resultado sería provocar una fragmentación del poder mundial concentrado.

Hay que crear las condiciones para que los gobiernos de todos los países, con el concurso de su propia sociedad civil, sean sujetos en la construcción de un nuevo sistema financiero internacional. No debe quedar ningún actor fuera del proceso. Los organismos multilaterales, repensados íntegramente, deberán cumplir la tarea que les asigne la comunidad internacional, pero a partir de estructuras de organización regional. La lógica política debe primar sobre las demandas del mercado.

Hacia la constitución de un Código Financiero Internacional

El mundo requiere un Código Financiero Internacional acordado por todos y al que se acojan todos los actores sin excepciones; una tarea que podría empezar desde espacios regionales. Su concepción debe basarse en los derechos humanos económicos, sociales y ambientales. Además, deben establecerse condiciones positivas para frenar o al menos aminorar los impactos negativos que se desprenden de la evolución cíclica del sistema capitalista.

No es aceptable, dentro del derecho internacional, que, por ejemplo, los diversos instrumentos financieros sirvan como herramientas de presión política para que un Estado grande o una instancia controlada por pocos Estados poderosos, impongan condiciones (con frecuencia insostenibles) a un país más débil.

La piedra angular de esta propuesta global radica en la construcción de un Código Financiero Internacional (o códigos regionales inicialmente). Este, a su vez, debe garantizar que la neutralidad no sea del territorio en referencia de un país determinado, por más influyente y neutral que fuese, ni dónde se establece el tribunal, sino del código jurídico. Los códigos jurídicos existentes hasta la fecha corresponden a la territorialidad de los acreedores por el tema de la ejecución de garantías, por ejemplo. Esta neutralidad del código debe asegurar la protección de todos los actores.

Hacia un Tribunal Internacional de Arbitraje de Deuda Soberana

Se precisa lo antes posible la creación de un Tribunal Internacional de Arbitraje de Deuda Soberana, en los términos propuestos por Oscar Ugarteche y el autor de estas líneas.

Un requisito mínimo para ponerlo en marcha es la inmediata disolución del Club de París, como marco de negociación. Este club no sólo que carece de base jurídica, sino que debe dejar de ser un espacio de decisión sobre acuerdos de reestructuración de deudas, en donde los acreedores imponen condiciones a los deudores.

Uno de los capítulos medulares del Código será el de la legalidad y la legitimidad de las actividades financieras. Es preciso separar las deudas adquiridas legal y legítimamente, que pueden ser pagadas, de aquellas que pueden y deben ser impugnadas a partir de la doctrina de las deudas odiosas, usurarias y corruptas. Tampoco puede marginarse el procesamiento de la deuda ecológica e incluso de la deuda histórica, donde los países pobres son los acreedores.

En esto son necesarias cláusulas de contingencia en los actuales instrumentos rígidos de créditos, así como cláusulas de acción colectiva. Hay que cerrar definitivamente la puerta a los especuladores. Por otro lado, cualquier arreglo no debe afectar las inversiones sociales y la capacidad de recuperación del aparato productivo.

Hacia un Banco Central Mundial

En esta línea de reflexiones parece cada vez necesaria la creación de un Banco Central Mundial (que no tiene nada que ver con el Banco Mundial o el FMI), para que ayude incluso a normar la emisión de una moneda o de una canasta de monedas globales (lo que tampoco implica reconstruir Bretton Woods).

Por cierto que serán necesarias medidas en el ámbito nacional y sobre todo regional. Se deberá reformar el sistema bancario y del mercado bursátil; los bancos deben ser bancos y nada más que bancos, y no deberían intervenir en actividades bursátiles.

A nivel regional, desde donde se debería disputar el sentido histórico de los cambios globales, las propuestas afloran con creciente intensidad. En América Latina, de la conformación del Banco del Sur y un fondo de estabilización del Sur, se ha pasado a pensar en un Sistema Unitario de Compensación Regional (SUCRE), que facilite los flujos comerciales regionales. Esta iniciativa podría ser la antesala de un sistema monetario y financiero regional, con su propio código. En Asia, una iniciativa japonesa -Chiang Mai- propuso acuerdos bilaterales para asegurar la cooperación financiera en apoyo a las balanzas de pagos de los países miembros; también planteó crear un fondo monetario asiático, que incluiría una unidad monetaria regional para viabilizar el comercio intraregional y una cámara de compensación que asegurara el intercambio de las monedas de los Estados asociados. La experiencia de la Unión Europea también ofrece una multiplicidad de lecciones para la construcción de espacios regionales sobre los que debería sustentarse el nuevo sistema financiero mundial.

La pretensión de sobreproteger a las inversiones extranjeras resulta también inadmisible en la medida que frena las posibilidades de desarrollo autónomo de los países empobrecidos por las propias relaciones financieras internacionales. En el marco de este Código también hay que desarrollar mecanismos de control de los flujos de capital a nivel internacional, como podrían ser la introducción largamente esperada del Impuesto Tobin. El impuesto Daly a la extracción de petróleo crudo merece ser considerado por igual. Con los recursos que se obtengan se establecería un Fondo para la redistribución y transferencias, pero también para prevenir cualquier tipo de ataque especulativo en los países más vulnerables.

Desde otra vertiente, es cada vez más urgente la desaparición de todos los paraísos fiscales, en donde se concentran muchas veces los capitales golondrina y los recursos mal habidos. Y en la misma senda habrá que resolver los retos del narcotráfico, reconocida fuente de acumulación de capitales especulativos.

Un corolario de esto es que el derecho penal internacional debe de incorporar cláusulas de penalización a la corrupción de carácter internacional con castigos severos para todas las partes involucradas. Estableciendo, además, mecanismos de compensación para aquellos actores que han sido dolosamente perjudicados o estafados.

Hacia un nuevo y mejor sistema monetario y financiero internacional

Se precisa un nuevo sistema que ayude a regular y normalizar otro proceso de globalización sobre bases de solidaridad y sustentabilidad. Las finanzas deben estar al servicio del aparato productivo, de un comercio mundial justo y sustentable, así como de las demandas sociales de los pueblos de la tierra. Es necesario establecer límites a la generación de riqueza financiera, sobre todo especulativa.

Para lograrlo, los organismos rectores del sistema financiero deben volver a sus orígenes en tanto instituciones especializadas de Naciones Unidas. Dicha transformación es urgente. El FMI y el Banco Mundial han fracasado en tanto han funcionado como simples mandatarios de las grandes potencias y del gran capital. Parte del problema radica en la ausencia de controles democráticos sobre los organismos multilaterales.

Estos organismos internacionales, con nuevos y precisos marcos de acción, deben rendirle cuentas a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Espacios de control regional también deberán ser adecuadamente estructurados. Incluso deben crearse mecanismos internacionales e instancias de sanción a los organismos internacionales y sus funcionarios.

En complemento a los cambios que requiere el sistema financiero, habrá también que normar el mercado laboral así como las disparidades comerciales (repensando íntegramente la Organización Mundial de Comercio). Por igual hace cada vez más falta una suerte de superintendencia ambiental mundial y el fortalecimiento de la Corte Penal Internacional, para perseguir y sancionar todo tipo de delitos internacionales, incluyendo los económicos. Finalmente, recordemos que el objeto de la economía es el bienestar de la población y el de la justicia, asegurar que esto ocurra.

A. Acosta es economista ecuatoriano; docente e investigador de FLACSO-Ecuador. Ha sido presidente de la Asamblea Constituyente de Ecuador y ministro de Energía y Minas

18
Feb

Carlos Berzosa: Sí la veíamos venir

berzosaLa crisis económica está adquiriendo una dimensión preocupante pues afecta, como siempre, a los más vulnerables. Su detonante fueron las hipotecas basura. La grave crisis del sistema financiero se ha trasladado a la economía real, que se encuentra con dificultades para conseguir créditos. Como consecuencia, lo que parecía en un primer momento que eran dificultades de liquidez, se ha puesto de manifiesto que se trata de un problema de solvencia.

Los economistas discutimos acerca de las causas que han provocado una crisis de esta envergadura y los factores que la han determinado, pero no llega a haber consenso. Al tiempo, recibimos reproches sobre la incapacidad manifestada por la ciencia económica para predecirla. Sobre esto me gustaría hacer algunas matizaciones.

Bastantes economistas habían advertido de los peligros que se vislumbraban con motivo de la expansión del mercado inmobiliario y del sistema financiero y las burbujas especulativas que se creaban en ambos mercados, de por sí bastante interrelacionados.

El estallido de esas burbujas era la crónica de una muerte anunciada, que los gobernantes no querían ver o preferían mirar hacia otro lado. Cuando se gobierna, siempre viene bien que la economía marche con crecimiento, muchas veces sin plantearse las características de cómo se produce éste.

Dirigentes políticos y de empresas consideraban que algunas predicciones eran exageradas y se refugiaban, además, en el hecho de que la economía ortodoxa no contemplaba ningún peligro a la vista, sino meros ajustes o desaceleraciones que se tenían que dar.

Además de las inestabilidades, incertidumbres y procesos especulativos que se generaban, el sistema financiero facilitaba el enriquecimiento excesivo de unos pocos, de forma rápida y fácil, al tiempo que se fomentaba la desigualdad internacional. Las operaciones de ingeniería financiera, los paraísos fiscales y las emisiones de bonos de alto riesgo sin control contribuían a alimentar el mundo de las finanzas y su auge y hegemonía.

Si se me permite, yo mismo durante los últimos años vengo escribiendo en distintas revistas acerca del riesgo de este crecimiento descontrolado e irregular de la economía de mercado.

Por tanto, no estamos ante hechos nuevos, sino ante acontecimientos que se han repetido a través de la historia del capitalismo. En este caso, además, agravados por una globalización que ha ido en dirección contraria a las recomendaciones que nos enseña la historia y nos señalan varios autores, entre los que están René Passet, Françoise Chesnais, Gérard Duménil, Dominique Lévy, Ángel Martínez González-Tablas, John Eatwell, Lance Taylor, los premios Nobel Stiglitz y Krugman, y el pos-keynesiano Hyman P. Mynsky.

La crisis no es sólo el resultado de equivocaciones de políticas económicas y de malas prácticas de los gestores y directivos de los fondos de inversión y de los bancos, sino sobre todo de un modelo de crecimiento inadecuado.

De manera que cuando los datos ‘anunciaban’ que todo iba bien en los últimos años, no reflejaban la realidad pues en ellos mismos estaban sembradas las semillas de la destrucción. Era un crecimiento que favorecía las desigualdades y aniquilaba el medioambiente.

Los años de expansión y de euforia se elogian en exceso por las personas que tienen en su mano la toma de decisiones, que tratan de inculcar su visión a toda la sociedad con el apoyo de los poderosos medios de comunicación y de una buena legión de académicos que les aplauden. Pero al final han conducido a una catástrofe de consecuencias incalculables.

Lo que algunos han enunciado como crisis financiera es una crisis global, pues supone el agotamiento de un modelo de crecimiento que modifica el equilibrio ecológico, que afecta a los alimentos, la energía y que ha sido incapaz de combatir la pobreza, el hambre y la exclusión social, aunque haya venido acompañado todo ello de progresos indudables.

En definitiva, las instituciones financieras son un instrumento del propio sistema para conseguir superar las crisis de sobreproducción de las que hablaba Marx.

Esta crisis no se puede solucionar sólo con medidas de política económica, sino que es necesario plantearse otros modos de crecer y consumir. No estamos solamente ante una crisis financiera sino ante algo mucho más profundo: un sistema económico mundial desigual y depredador de la naturaleza.

Ante esta situación, es importante afrontar el futuro con un reequilibrio de fuerzas, cuestión que merece desarrollarse en otro artículo.

- Carlos Berzosa es Rector de la Universidad Complutense de Madrid

Fuente: alainet

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