Por Diego Alejandro Gallegos Rojas, desde Palestina *
Llegan temprano para ser los primeros en cruzar hacia el otro lado. Qué más les queda. Ya se acostumbraron al frío, a la madrugada. No pueden hacer nada, esa es su realidad, su tragedia. Van abrigados, algunos con guantes, con gorras, con lo que tienen. Es el checkpoint o punto de control de Tayba en Tulkarem, Palestina. Desde las 5 hasta las 7 de la mañana cruzan cuatro mil personas aproximadamente.
Es jueves 28 de febrero del 2013. La puerta se abre a las 5 de la mañana y poco importa a qué hora se cierra. Ellos se aglomeran, parecen animales, ganado vacuno o de última clase que está dispuesto a ir al matadero, pero van hacia su otro mundo. En Tulkarem existe también otro checkpoint, aunque en realidad se les denomina puertas agrícolas, y hay de estas en varios pueblos de la región, hechas para los campesinos, quienes cruzan, algunos con animales, para trabajar en sus parcelas, pero esa es otra historia.
Desde donde me encuentro, miro una alambrada que está colocada por encima de algunas rejas, que les impide escapar de este triste escenario, del desamparo, del olvido, de la imbecilidad humana. Parece una jaula, una enorme jaula para animales, pero quienes están ahí son seres humanos. Sí, esta es la jaula de Tayba.
Miro también que hay tres “puertas” giratorias, de metal, me recuerdan a las de la Ecovía en Quito, Ecuador, pero controladas electrónicamente. Una de ellas se abre primero, en la parte superior se enciende una luz verde. Los primeros hombres empiezan a pasar, intentan otros, pero de repente la puerta giratoria se cierra automáticamente. Este es el primer paso. Luego se dirigen hacia el control o filtro de seguridad, colocan las cosas tal como si estuvieran en el aeropuerto, pasan por el detector de metales. Se enciende una luz roja, y automáticamente suena algo, significa que no pueden pasar. Algunos se buscan y rebuscan los bolsillos, se sacan las correas, los zapatos, por fin cruzan hacia el otro lado, donde les esperan algunos buses que los conducirán hacia alguna parte de Israel donde trabajan. Si se enciende una flecha verde significa que todo está bien.
La puerta de en medio tiene encendida una luz roja, nadie cruza por ahí, está cerrada. En la otra puerta está encendida la luz verde, como la primera puerta, pero no se abre aún. Sin embargo, varios hombres esperan resignados su turno. En un momento todo es aglomeración. Muy pocas mujeres desde la hora en que me encuentro han cruzado el checkpoint. Así ellos están resignados a ser tratados como animales, aunque nadie se resignaría a esa clase de vida, humillante. Lo hacen por encontrar un anhelo mejor, un porvenir diferente en medio del caos.
Hay un enorme parqueadero, ahí algunos trabajadores estacionan sus carros. Parece como si se tratara de una feria de pueblo, hay puestos de comida, de cigarrillos, de café, de té. Un joven grita ¡shai!, significa té en árabe y algunos lo beben para matar el frío, o quizás para matar nuestra propia indiferencia, la ignorancia de lo que desconocemos por esta parte de nuestro pequeño gran mundo.
Me marcho con un sol que despierta desafiando al nuevo día y un dolor intenso, enorme en el corazón, de tristeza, de indignación. Mientras de lejos uno de ellos grita: thank you for coming! Tell the world what is happening here. ¡Gracias por venir! Cuenta al mundo lo que está ocurriendo aquí.
* Texto editado por Luis Alberto Mendieta