24
Nov

LA LIBERTAD AMORDAZADA

Diego Alejandro Gallegos Rojas

Las imperfecciones de la democracia se corrigen, se cauterizan con más y mejores libertades responsables. No es restringiendo las libertades, como equivocadamente pensamos que fortaleceríamos a nuestra embrionaria democracia. Es con la participación de la ciudadanía que genere debates democráticos, profundos, propositivos, convocando, de ser posible, a todas las instancias sociales para construir una libertad con responsabilidad, que es necesaria porque así es la vida misma. Esa libertad con responsabilidad nace conmigo y con los demás.

Sin embargo, esto no ha sucedido. Desde ciertos sectores de la mala prensa, se ha recurrido en algunas ocasiones a denigrar el buen nombre de las personas, el respeto a la vida privada, sin tener en cuenta el gravísimo daño moral que ha hecho a los afectados, lo que ha generado resistencia por parte de la ciudadanía. Frente a ello, existe también, la prensa seria, responsable, bien intencionada, que ha permitido y nos permite conocer las desviaciones del poder, que es bueno y justo reconocerlo.

La prensa no puede prostituirse ni ser incondicional ante nadie peor ante ningún régimen de turno, ni ceder a las tentaciones del poder para satisfacer los caprichos insaciables de cualquier gobierno. Tampoco puede ser fanática de su propio fanatismo, de su propia irreverencia.  Los medios de comunicación deben tener la sabiduría suficiente para conocer y reconocer sus errores, sus vicios, sus imperfecciones; corregirlos, superarlos, consecuentemente, ser mejores, este es un llamado de atención para que se haga un mea culpa, de buena  fe, porque  la libertad de expresión también zozobra  no sólo hacia la periferia, sino dentro de la propia mesa de redacción, imponiéndose a veces el poder de los dueños de los medios, que también mutilan el pensamiento, y  que responderían a mezquinos intereses de una élite económica, intocable, endiosada que perdió su verdadero horizonte. No podemos ocultarlo, ha ocurrido así  y esperemos que cambie. Mientras que, el poder político no debería ver a los medios de comunicación como sus verdugos, sus peores enemigos, más bien, debería tener la apertura necesaria, para garantizar el libre discernimiento, la autonomía de los ciudadanos y ciudadanas, y no ser el encargado de seleccionar lo que deberíamos leer, escribir, mirar e incluso hasta pensar, soñar, respirar...

Los medios de comunicación serían el termómetro perfecto para medir la capacidad de tolerar, de escuchar, de disentir, de dialogar, de respuesta, de prudencia, de humildad, de sabiduría, de consensos que tendría el poder frente a la opinión pública y entre los ciudadanos. Todo esto nos permitiría tener un ambiente de armonía, de reencuentro en la diversidad de las libertades con el pensamiento autocrítico-democrático.

La verdadera prensa, está ahí, para aplaudir, celebrar las acciones positivas de los gobernantes, y también para hacerle sombra al poder, con preguntas impertinentes, maliciosas, imprudentes. Si es así bienvenido sea. Los líderes auténticos no deberían extrañar aquello, es preferible conocer una crítica mordaz, que el halago mojigato, hipócrita, empalagoso, de ciertos asesores adulones, que obnubilarían a los gobernantes  para alimentar sus egos, en consecuencia, ellos tampoco actuarían con plena libertad, porque estarían repletos de sus delirios mesiánicos, de grandeza.

La prensa no perdería su esencia de ser, aun cuando existan  ideas escurridizas, deformadas, antipáticas, que incomodan a los regímenes. A veces son convenientes los abusos de opinión, a que existan excesos de opresión comandados desde el Estado. Entonces, la prensa debe gobernarse por valores  éticos que no sean  impuestos desde el poder, sino por ellos mismos, a través de principios honestos, coherentes, íntegros, transparentes, a fin de que sean el referente de credibilidad, de objetividad, de independencia, de imparcialidad, de un verdadero pluralismo democrático que reclama, exige la sociedad. Así entenderíamos que los medios de comunicación no sólo están para denunciar las torpezas y los desvaríos del poder, convirtiéndose en fiscalizadores de los actos de todos los gobiernos, sino que deben generar espacios de opinión, de reflexión, mirando con un rostro humano, de carne y hueso, sensible a la problemática de la gente empobrecida, descalza, constituyéndose así, en la conciencia  y confianza social de todo el país.

Sin embargo, preocupa que la Asamblea Nacional a través de la Comisión respectiva, presentará el informe para el primer debate en el Pleno de la Ley Orgánica de Comunicación, sobre la libertad de expresión, lo que se pretendería es restringir, autocensurar, la divulgación del torrente de  información que se genera en el  país. Hacerlo desde el poder político es peligroso porque se estaría castrando a las libertades, resucitando los monstruos del fascismo, de las dictaduras que detestan, odian la libertad de opinión, de la prensa porque erróneamente considerarían que confabulan contra su obsesión de tener todo bajo control, lo que no es  ético ni moral que se imponga una sola verdad, un solo  pensamiento hegemónico, ideológico, que atenta contra la dignidad, los derechos humanos, consecuentemente, conspirarían contra nuestra inmadura democracia.

La libertad es un canto de resistencias, de utopías, de esperanzas... La libertad nos mira, nos confronta, nos abraza de frente  y no de espaldas. Molesta que se tome el nombre del pueblo y con mensajes subliminales, aburridos, cansinos, pretenderían taladrarnos el cerebro, haciéndonos creer que tenemos los ciudadanos el poder, cuando no es  verdad. Si en realidad lo tuviéramos,  existiría una auténtica participación ciudadana, situación que todavía no la vemos. Preocupa que el gobierno se crea el dueño del poder, de la voluntad popular, porque justificaría sus actuaciones en la soberanía individual que no se agota sólo en el acto de votar. Por eso, desatinadamente, creen que así tienen la autoridad para desenredar la madeja democrática y lo único que consiguen es enredarnos más.  Indigna también que se  ufanen diciendo que lo hacen por amor al país, cuando sus acciones los deslegitiman. Si realmente lo aman, si son patriotas, aún están a tiempo de rectificar, eso demostraría la grandeza de sus espíritus generosos, de lo contrario, nos confirmarían con mucha tristeza que no aman a  la patria ecuatoriana, que la aborrecerían desde el corazón, con las vísceras, con toda el alma.

La libertad de expresión, de prensa, no sólo es asunto de los periodistas, de los comunicadores sociales, nos concierne a todos, de lo contrario, las consecuencias serían catastróficas porque nos llevarían después a que los ciudadanos no podríamos opinar, escribir, investigar, cuestionar, proponer abierta y libremente sobre los actos del régimen  e incluso sobre nuestra propia existencia. Todos tendríamos la obligación moral de defender las libertades, de protegerlas de los miedos que carcomen al poder. Para ello, debemos liberarnos de nuestros propios miedos, que nos estancan, que nos impiden ser libres. Tal vez, es esa la primera libertad a la que todos y todas debemos trabajar a conciencia, con responsabilidad, nuestra libertad interior. Sólo así daríamos un gran salto hacia el progreso humano, de lo contrario, parece que estaríamos paralizados. Eso le hace falta al gobierno, mirarse hacia dentro  sin temor, como una especie de catarsis, de desahogo, de liberación, que también nos hace falta a todos. Es imperioso  hacerlo, si deseamos un cambio positivo, optimista que trascienda hacia la liberación del poder que es también la sanación mental, espiritual de nuestra sociedad ecuatoriana, latinoamericana. Mientras aquello ocurra, defendamos a la libertad: libre, sin cadenas, sin censuras, ni  mordazas.

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