9
May

[Relato] Luis Alberto Mendieta: La Pintá, 1ra. Parte

ALMENDEra una negra de aquellas sin alma, que trabajaba en un burdel cercano al puerto. Alcibíades llevaba ya en ese tiempo no menos de cinco años trabajando como negrero. Se llamaba Clorinda, aunque le decían "la rompehuesos", por sus habilidades de alcoba. Su amo, el dueño de la mancebía, ganó muchísimo oro gracias a ella, que se dio modos para sacar más monedas a los clientes con sus artes de alcoba. Un día, la astuta esclava hizo correr la voz de que se había contagiado con el “mal de bubas” o sífilis, por lo que los clientes empezaron a huir de ella, que se deshacía en zalamerías ante cualquiera que se le acercara, precisamente por espantarlos del todo, y por despechar a su amo. Dejó de comer para lucir lánguida y enferma.

“Fue entonces cuando vino a verme aquella barragana, compañeros, junto a una mulatita de seis años.

- Te la vendo – dijo-.

- ¿Y qué quieres que haga con ella?

- Tú ere el negrero. Quiero diez monedas de a ocho por ella. Nueve son pa’ comprá mi libertá y el resto pa’ largarme lejos de aquí. ¿La quieres o voy en busca de otro negrero?

Me quedé viendo a la niña, por saber en qué negocio me estaba metiendo.

- Es hija mía y de un fraile flamengo que vino hace tiempo, de paso hacia el Virú, muy jermoso.

- ¿Cómo se llama la niña?

- Anaìs.

Era de buen ver la mercancía. Regateé por si su voluntad era débil (y por saber si la mocosa incubaba algún achaque) pero se mantuvo en el precio. Mientras se marchaba la negra, la niña empezó a gimotear. La mujer siguió rumbo hacia la puerta, indiferente, como quien oye llover, con sus monedas en una bolsa que había traído para el efecto. Sujeté a la mozuela de la mano y pedí algo de comer para entretenella.

Como tenía que embarcarme hacia Lima con un cargamento de negros que estaba ya a bordo, dejé a la chavala con una manceba, llamada Noemí, hasta ver a quién podría vendérsela con ganancia. Me enteré en el camino, que "la rompehuesos" hacía fama y fortuna con su oficio en Cartagena de Indias.”

Alcibíades demoró mucho más de lo pensado. De hecho, pasaron nueve años antes de que pudiera volver a Tierra Firme. Entre la peste negra que aquejó a su cargamento de esclavos, la rapacidad de los piratas y las tercianas pilladas en las selvas africanas cuando apenas empezaba su oficio de negrero, que lo aquejaban en los mapa2momentos más importunos, su viaje se convirtió en una pesadilla y tres veces estuvo incluso en trance de muerte, varado en varios pueblos remotos de Indias. Regresó con la cara morena, salpicada de indelebles picaduras de insectos, un ánimo demasiado parecido a la demencia criminal y la faltriquera vacía.

Su querida no lo reconoció. En su interior, pensaba que el sujeto parecía más un mendigo o un pirata moro y habituada como estaba a su talante recio, se extrañó sin embargo por el nuevo tinte de su carácter: había algo de alarmante ferocidad en su actitud, de loca, rabiosa, desmesurada codicia. El hombre durmió tres días seguidos y al cuarto marchó hacia el puerto para apercibirse de novedades y alguna vianda. Regresó muy contento, mencionando que en adelante traficaría con esclavos a través de una ruta que bordea la costa noroccidental del Nuevo Reino de Granada, hasta llegar a las regiones del Perú, donde sus clientes requerían constantemente de esclavos, acompañado de una flota de comerciantes y mercenarios, que viajaban de tal modo para proteger mutuamente sus intereses de las incursiones de los corsarios franceses. Se había encontrado además con un judío que le debía dinero hace mucho tiempo. Se lo pagó con creces, luego de algunas “palabras persuasivas”. También manifestó viva curiosidad por conocer a una mujer a la que llamaban “La Perla Negra de Tierra Firme", de la que mucho se hablaba en el Puerto.

Noemí, mujer de espíritu práctico - demasiado quizás para algún ánimo escrupuloso -, había empleado hace ya algún tiempo a la mulatita en el mismo oficio de su madre, enseñándole oportunamente todos los secretos del arte, que también ella ejerció desde muy joven en el puerto de Buen Aire, hasta que se propuso venir a Panamá, ciudad famosa por su comercio, procurando ante todo despojarse del pasado como una serpiente abandona su antigua piel. Luego conoció a Alcibíades, cuyo olfato algo sospechaba de su antigua pitanza. La tomó sin embargo para sí por verla aún joven y saberla hábil para concluir exitosamente cualquier negocio, como en éste caso. Efectivamente, procedió a explicar lo acaecido con Anaìs, aclarando que preservó su virginidad hasta su regreso, para que él dispusiera lo que más convenga al asunto, permitiéndole hasta tanto a la niña atender el negocio por reversos. El hombre quedó muy complacido del talento de su manceba, restando solamente el examinar a la muchacha, asunto que ocurrió aquella misma noche, por el derecho de pernada que como amo tenía sobre ella, pero conservando para otro, aquello que quintuplicaba el valor comercial de la esclava.

Sólo al día siguiente se enteró, de labios de Noemí, que su esclava era la famosa "Perla Negra de Tierra Firme”. Y sólo entonces se puso a observarla con atención.

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La Pintá, segunda parte.

La Pintá, tercera parte.

La Pintá, última parte.

9
May

Luis Alberto Mendieta: El Proyecto Singapur, 1ra. parte

Guayaquil_Malecon2000Mirando el caso de una ciudad tan exitosa como Singapur, cualquier persona, por sencilla que sea, entenderá entusiasmada que quien pretenda convertir a Guayaquil en algo similar, tiene mucho patriotismo y las mejores intenciones del mundo. De hecho, quienquiera que contradiga tal proyecto, ante la mirada de quienes acaricien la posibilidad de convertir a Guayaquil en una ciudad enormemente rica y próspera, será considerado, cuando menos, por loco, por regionalista o hasta por envidioso. Es perfectamente comprensible.

Visto así el asunto, más de un compatriota opinaría igual, pero es sólo analizando la idea y razonando sobre sus autores, que se puede entender mejor la propuesta y su  fanatismo subyacente.

Antecedentes.

Los llamados a sí mismos ‘patricios’ guayaquileños, han tenido siempre la secreta ambición de hacerse con una ciudad-estado que pudieran controlar a su antojo, bajo la consideración de que NUNCA sus intereses de clase podrán coincidir totalmente con los de un contexto más grande, como el país de turno.

Así, España tenía el inconveniente de cargar de impuestos a toda la región y era menester liberarse de la Metrópoli para dejar el oro de las cargas impositivas en las arcas personales de los señores feudales criollos. Ni hablar del control del gobierno, que reportaría enormes beneficios a los mencionados personajes. Fue así como Guayaquil se integró al proceso revolucionario. Suena usual, pues en toda América Hispana el razonamiento fue más o menos parecido, con pocas diferencias.

Luego vino la República. Allí tampoco se sintieron en sazón, porque el poder TOTAL que perseguían estaba supeditado a una ley que los rebasaba y dejaba en la categoría de segundones, pues la autoridad nacional estuvo y está sobre su autoridad de ‘aristócratas’ porteños, cuya máxima dignidad local es la de alcalde, de modo que empezaron a construir mecanismos que les permitieran tomar control omnímodo del país. Naturalmente, además de ellos, había otros grupos con ideas más o menos tan radicales como las suyas, de modo que no siempre pudieron salirse con la suya, así que el plan de hacerse con instituciones del Estado como el poder ejecutivo, que pudieran favorecer sus intereses a gusto y sabor, no siempre fue posible, aunque aquí cabe mencionar a la Junta de Beneficencia como uno de sus bastiones.

Esta institución de beneficencia favorece casi exclusivamente a Guayaquil, bajo un monopolio (la lotería), que además impide injustamente que otras ciudades promuevan juegos similares para beneficio de sus comunidades, en un caso flagrante de injusticia histórica y económica. Detrás, como siempre, subyace el fanatismo de un grupo de ‘patricios’, gente abrumadoramente cargada de prejuicios: hombres y mujeres que viven en un pasado feudalista enterrado hace más de doscientos años, para quienes la piel blanca, el apellido tradicional (o extranjero) y la fortuna sirven de señas particulares del ‘legítimo guayaquileño’, con excepción de  los libaneses, cuya piel olivácea debió encajarse en su grupo social con habilidad política, abundante dinero en efectivo y muchas alianzas de sangre.

Los demás son siervos de la glebaI_Bastión_antes_de_la_invasión_11, gente utilitaria y advenediza, tal como se conceptuaba en el siglo dieciséis en la península ibérica a los descendientes de árabes con española, o a todo aquél que no era distinguido por un título nobiliario o por patrimonio familiar.

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Tema de la próxima entrega: Un poco de genealogía.

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Guayaquil de mis amores, en la voz de un hombre del pueblo: Julio Jaramillo Laurido

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