3/20/2009
Hasta donde conozco (y dejo a salvo alguna excepción que no me consta) eso que se llama a sí mismo ‘nueva izquierda’ suele ser un batiburrillo de ideas de diversa procedencia, logrado acaso con buena voluntad, pero también con ligereza.
Hay allí una concepción de democracia tomada del pensamiento liberal, que parece coincidir con unas cuantas tesis económicas del mismo origen; pero se suma a principios políticos que no pueden ocultar su prosapia demócrata-cristiana, entremezclados con otros que exhiben todavía ese color rosa pálido que es propio de la socialdemocracia, y a veces también con alguna proclama arrancada del socialismo clásico. No faltan casos en que el populismo nacionalista agrega sus fanfarrias estruendosas y evoca los tiempos del espanto, cuando los tenebrosos caudillos enardecían a las masas con mensajes dirigidos a la emotividad y no a la razón, y eran capaces de lanzarlas al demencial sacrificio de miles de vidas.
No hay duda de que esta confusión es propia de los tiempos que vivimos: como ha ocurrido muchas veces a lo largo de la aventura humana sobre la Tierra, entre un período y otro hay procesos de transición en los cuales ciertas formas de vida y de pensamiento entran en decadencia, pero no acaban de morir, mientras otras nuevas hacen el anuncio de su presencia, aunque no acaban de nacer. En ese claroscuro que mezcla la vida con la muerte, todo tiende a confundirse: se cree que todo lo viejo fue malo y que todo lo nuevo será bueno, hasta que se descubre que hay vejeces que son experiencias imborrables, y hay novelerías que no duran más que un suspiro. Pero hasta que eso ocurra, no podemos escapar de la Babel que nos atrapa, obligándonos a oír todas las lenguas a la vez.
Paciencia: esto va a acabar. Mientras tanto, recordemos que la tarea primordial de la izquierda es la crítica. Si hay algo que mata a la izquierda es su institucionalización. Véase, si no, la experiencia de aquellas universidades que hace cosa de 40 años instituyeron el estudio de Marx como tarea obligatoria: el resultado fue la conversión del marxismo en un dogma, la mutilación de su capacidad crítica y la creación de fuerzas políticas fanatizadas. Acaso haya sido esa experiencia la que llevó a muchos a buscar una ‘nueva izquierda’.
Una izquierda capaz de abandonar el dogmatismo y recuperar el pensamiento crítico; una izquierda que reconozca al antagonista principal; una izquierda que pueda ofrecer a la sociedad nuevos horizontes. Laudables propósitos, por cierto; no olvidemos, sin embargo, que la monja de Ávila estuvo acertada: con buenas intenciones se ha empedrado el camino del infierno.