Escritor, Premio Eugenio Espejo 2007
No, por favor. No estamos pidiendo la cabeza del Arzobispo de Guayaquil, el sacerdote español Antonio Arregui, por mucho que haya iniciado la guerra religiosa so pretexto de combatir la nueva Constitución, mañosamente calificada de anticristiana y abortista.
Lo que queremos es demostrar que el Arzobispo crucifica la verdad histórica cuando afirma que a lo largo de dos mil años la Iglesia Católica solamente se ha preocupado del bienestar de la humanidad.
No pretendemos ahora referirnos a todos los tenebrosos capítulos de esta historia, en que la Iglesia fue protagonista principal. Recordaremos tan sólo uno en que todo un pueblo se alzó y exigió la cabeza de su obispo.
Era el 5 de Agosto de 1949. Ese día, en horas de la tarde se convulsionó la tierra con fuerza destructora en la Provincia de Tungurahua. Cayeron casas y templos, colapsaron poblados enteros, puentes y caminos. La contabilidad era de espanto: cinco mil muertos, veinte mil heridos, cien mil damnificados.
“De Obispo del Terremoto se transformó en Arzobispo de los negociados petroleros”
Fue tal el impacto mundial de esta catástrofe, que enseguida se puso en acción la solidaridad mundial. La ayuda llovió desde el cielo: numerosos aviones aterrizaron en Quito con alimentos, ropa, cobijas, vajillas, medicinas, herramientas, sanitarios. Para manejar el generoso aporte internacional el Presidente Galo Plaza constituyó una así llamada Junta de Reconstrucción, a cuya cabeza puso al Obispo de Ambato, Bernardino Echeverría.
Los damnificados se agolpaban en casuchas de estera y en improvisados tugurios. La famosa ayuda no llegó nunca hasta ellos, pero por las noches flotas de “carros fantasmas”, como los bautizó la gente, entraban a las bodegas de la Junta de Reconstrucción y salían cargados
del preciado tesoro con rumbo desconocido.
El Alcalde socialista de Ambato, Neptalí Sancho, hombre de raigambre popular, convocó una movilización de protesta, que resultó gigantesca: la Marcha de la Sanción, en la que participamos. Esa noche, multitudes iracundas, blandían amenazantes antorchas. De pronto partió el aire una consigna espontánea que se volvió clamor: “¡La cabeza del Obispo, la cabeza del Obispo!”
A tal punto llegó el ánimo justiciero que la masa, tan católica, quería decapitar al Obispo Bernardino Echeverría.
Pasó el tiempo. Ya sin autoridad entre los feligreses de su Curia, el Presidente interino Otto Arosemena Gómez (1967/68), juntando fuerzas con la oligarquía de Guayaquil logró sacarlo del pantano y consiguió que el Papa le designara Arzobispo de Guayaquil.
De Obispo del Terremoto -como le motejaron los ambateños- se transformó en Arzobispo de los negociados petroleros, aplaudiendo y bendiciendo los contratos turbios del Caso ADA, para el gas del Golfo, y la decena de “Contratos Modelo” para el saqueo de la Amazonía, en todos los cuales fulguró y se apagó vergonzosamente la estrella política de Otto Arosemena.
Por lo demás, entre misas y cocteles, Bernardino Echeverría apuró suculentos negocios a favor de la Curia porteña, como fue la construcción del Gran Hotel Guayaquil, cuya venta perfeccionó su sucesor, Antonio Arregui, el Arzobispo del Opus Dei y nuevo prócer de Pelucolandia...