Luis Alberto Mendieta.
La iglesia no hace los honores a la máxima bíblica que recomienda “No mirar la paja en ojo ajeno”, cuando rasga sus vestiduras y se escandaliza por el reconocimiento de derechos y deberes a las personas con tendencias sexuales homosexuales (más allá de cualquier cuestionamiento moral de la sociedad en su conjunto, que es harina de otro costal). Como decía, se escandaliza, cuando dentro de casa tiene graves problemas que solucionar: es imperioso que se concentre en mirar la viga en ojo propio.
Pero la más grave, de las muchas contradicciones del clero, es la histórica.
¿Es que acaso ya nadie recuerda desde dónde se llamó a la insurrección en 1912, año de la muerte del Viejo Luchador? ¡Desde el púlpito! Un colombiano tuvo que cantar al héroe, a falta de un compatriota que lanzara al viento la verdad de aquella masacre. ¿Leit Motiv? Alfaro terminó con las prebendas clericales de entonces:
- Estableció la igualdad ante la Ley. ¡Abominación para los “patricios” de entonces!
- Separó la Iglesia del Estado. ¡Adiós al control sobre diversas dependencias gubernamentales!
- Permitió la libertad de cultos. ¡Miles de “clientes” se les fueron de las manos!
- Instituyó la educación laica. Adoctrinamiento y pesetas dejaron de llenar sus gordas arcas.
- Expulsó a los jesuitas y sus bienes se transfirieron a la Beneficencia Pública.
La historia se repite, es cíclica, como debate la Filosofía. Al finalizar el siglo 19, medidas como las enumeradas (apenas un manojo del grueso de resoluciones tomadas por la Revolución Liberal) eran vistas como una aberración, o como una “picardía de los liberales y de Alfaro” para la sociedad de entonces. Se los acusó de herejes, se los excomulgó.
Y es que había muchos intereses de por medio. La iglesia estaba perdiendo cuantiosos bienes y muchísimo poder. Desde el púlpito, junto con el partido opositor y varios traidores (nunca faltan a su cita con la historia), sólo estuvieron en paz cuando acabaron con su más mortal enemigo, matándolo más tarde, y aunque se aferraron a toda clase de estratagemas para confundir a las masas, estas alcanzaron a entender que los cambios mejorarían su vida.
Hay un error al pensar que fue Alfaro el único enemigo que tuvieron. Don Eloy fue el líder que impulsó y logró cambios que venían gestándose desde tiempo atrás, pero el inmediatismo humano no alcanza a visibilizar desde una panorámica más alta, que necesitó de compañeros de lucha, de soldados, de multitudes que pensaran como él. La Revolución Liberal no fue sólo de Alfaro: Fue de un país en busca de su liberación: mestizos, indios, negros y montubios tumbando a costa de sus vidas el muro de la vergüenza de su raza, de su indolencia, agazapadas en sus mentes, que oprimían más que sus verdugos porque maniataban. Eso fue, en el fondo, la Revolución Liberal para quienes murieron por ella y para sus doctrinarios. Sin todos ellos, no estaríamos hablando ahora de tal revolución.
Pero la tendencia humana es olvidar la esencia de las cosas, y más aún cuando conviene hacerlo.
Luego se sucedieron gobiernos que lentamente pero con paso regular, han ido restituyendo prebendas a una iglesia que no recuerda los preceptos de su principal Pastor.
Valga el cura Flores, como una sola muestra (precisa en todos sentidos, eso sí) de la descomposición visceral del clero.
Pero para terminar, es imprescindible mirarnos desde atrás.
Al igual que en época de Alfaro, la Revolución no perteneció a un solo hombre y hoy ocurre igual: La Revolución Ciudadana es producto de la lucha de los Forajidos, es un proceso colectivo que todos los actores contemporáneos estamos construyendo, y su éxito depende de nosotros, no del gobierno de turno, que tiene necesidad de ajustarse al proceso, o quedarse atrás con sus a ratos oscuros e incomprensibles intereses, porque el tren de la historia seguirá su camino con o sin ellos.