19
Ago

Una noche en el Taj Mahal (fragmento), del libro de relatos TONTÓDROMO

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Al principio no recordé lo que Martínez acababa de mencionar. Sólo me quedé mirándolos. Llevaba siete u ocho gin tonic encima, — que fue lo que bebí, entre otras cosas, durante la veladay estaba en ese punto de la embriaguez en que uno está como entre nubes. Cambio de ritmo en la música. Flautas y el redoblar de tambores con los que empezaba la canción arrancaron en mí un espíritu belicoso.

El corazón me punzó dolorosamente al ver su cabello recortado casi como el de un hombre. Enloquecí al ver tu mano sujetando su cintura con la firmeza de quien aferra algo que le pertenece. Estaba mi ánimo muy exacerbado en aquél momento por la ginebra que enloquece, que abruma. No consideré para nada el hecho de que tu novia estaba presente. No pude discernir que delante de ella serías incapaz de cortejarla y cuando estaba a punto de lanzarme contra ti como una tromba, Martínez me sujetó del brazo y juntos nos acercamos al grupo:

-                   ¡Hello, Hellooo! Miren a quién me encontré allá afuera… — Reía sarcásticamente el infame —.

Te juro César, que nunca te había visto tan demacrado. Tu eterna novia presintió que algo grave estaba pasando y tan sólo atinó a sujetarte de la cintura, como protegiéndote. Su amiga, de espaldas a mí, continuó bailando hasta que notó que ustedes se habían detenido. Ni siquiera volteó a ver. Supo de inmediato de quién se trataba. Quizás ni lo notaste por la conmoción momentánea, pero hasta la gente que estaba a nuestro alrededor se hizo a un lado al mirar la situación y presentir que lo único que quería es matarte a puñetazos, traidor. La música seguía sonando, indiferente:

“Y tú, que ansías controlar mi vida,

La paz, con guerras son mi día a día, día a día, tía…”

Pero fue peor cuando entendí tus explicaciones entrecortadas, apenas coherentes sobre que la encontraste hace unos días en la calle y que acertó a pasar Martínez y que los presentaste y que habían quedado en verse ésta noche y todo lo demás, que salió de tus labios, amoratados de pánico al verme, como nunca, fuera de mí…

Aísha tomó su bolso y se marchó sin mirar atrás. Y claro, detrás de ella, Martínez. Alcancé a oírla sollozar mientras se alejaban. Supongo que procuraba consolarla el gamberro ése.

Hasta el cabreo que tenía se marchó con ella. Caminé como un autómata rumbo a la puerta, Pagué cuando me lo exigieron y me alejé del bar sin decir palabra.

Y me imaginé, mientras vagaba sin rumbo, al torpe de Martínez acariciándola, haciéndole el amor. No: divirtiéndose con ella.

...

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