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Ene

Rubén Darío Buitrón: Los absolutos

rubendariobuitron"Todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros”. La irónica frase de la novela ‘Rebelión en la granja’ parece encajar, perfecta, en ciertos espacios de la política nacional.
La escribió el inglés Eric Arthur Blair, quien, bajo el seudónimo de George Orwell, dejó obras literarias fundamentales para reflexionar sobre el poder.
Publicó poco y murió joven, pero con ‘Rebelión en la granja’ y su libro más famoso, ‘1984’, denunció el absolutismo, la estigmatización a los críticos y la incapacidad del poderoso para escuchar lo que no quiere oír.
Como dice Rosa González en el ensayo introductorio de ‘Rebelión...’ (Ediciones Destino, 2004), hablar de las épocas orwellianas es “evocar los temas más nocivos y siniestros de cualquier régimen absolutista”.
Orwell, abiertamente ligado a las ideas de izquierda y comprometido en su trabajo con los más pobres, soñaba con la construcción de una sociedad profundamente equitativa. Soñaba con que ningún ciudadano fuese inferior a otro. Idealista y utópico, creía que es posible armar un proyecto político desde el debate plural, desde el respeto al que piensa diferente, desde la capacidad de entender al otro, desde el no tener vergüenza de rectificar.
Por eso se fue a España a luchar junto a los militantes antifascistas en la guerra civil, pero pronto descubrió otras realidades: “La historia se escribía no en función de lo que ocurría sino lo que debía haber ocurrido, según la línea del partido”.
Preocupado por el creciente desprecio a la verdad, Orwell configuró un mundo de pesadilla: “El Dirigente controla no solo el futuro sino el pasado. Si el Dirigente dice que aquello no ocurrió, pues no ocurrió. Y si dice que dos más dos son cinco, pues, bueno, serán cinco”.
Golpeado por la fuerza de los hechos -cuenta González-, “a partir de aquella experiencia el objetivo de Orwell será denunciar los absolutismos como sistemas político-sociales repudiables, indistintamente que sean de derecha o de izquierda”.
George Orwell sostenía que los intelectuales “solo permanecen íntegros si se mantienen al margen de los grupos políticos”. Desconfiaba de la tesis del partido único y detestaba a ciertos ideólogos, a quienes llamaba “bolcheviques de salón”.
Llegó a aborrecer las estructuras caudillistas, dogmáticas, inflexibles. Advertía que el poder tuerce la verdad histórica para imponer conductas y denunciaba que las formas de control social más nefastas son la persuasión psicológica y la manipulación de mensajes para sembrar miedo.
Contra el absolutismo y la censura, ‘Rebelión en la granja’ reafirma un valor irrenunciable: “Libertad es el derecho de decirle a la gente lo que no quiere oír”.

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